lunes, 22 de febrero de 2010

Discurso pronunciado por Carlos Luis Fallas en la Asamblea de Solidaridad con los Huelguistas de Puerto González Víquez, celebrada en San José el 18 de septiembre de 1955

Sindicalismo y lucha obrera en Costa Rica:

La Gran Huelga bananera del Atlántico de 1934

Carlos Luis Fallas

Costa Rica, 1909-1966

18 de setiembre de 1955

 



Discurso pronunciado por Carlos Luis Fallas en la Asamblea de Solidaridad con los Huelguistas de Puerto González Víquez, celebrada en San José el 18 de septiembre de 1955.
(Arreglo de la versión taquigráfica).

Compañeros:

Vengo gustoso a intervenir en esta asamblea de solidaridad con los huelguistas de Puerto González Víquez, y lo hago en mi condición de costarricense, de ex-trabajador de la United Fruit Company, de ex-dirigente de la Federación de Trabajadores Bananeros del Atlántico y luego de la Federación de Trabajadores Bananeros del Pacífico, y también en mi condición de dirigente de la gran huelga bananera de 1934.
Con ocasión de la lucha huelguística que hoy están librando los trabajadores bananeros allá en el Sur, yo quiero que hagamos esta noche algunos recuerdos de luchas pasadas, para que los jóvenes aquí presentes sepan qué experiencias ha hecho la clase trabajadora costarricense en sus relaciones con la United Fruit, y, sobre todo, para que conozcan cómo han sabido luchar siempre los trabajadores de las bananeras en Costa Rica.
Antes de 1934, la vida en las bananeras de la United era un horrible infierno comparada con la vida que hoy hacen los trabajadores en esas mismas bananeras; y ya esto es mucho decir, porque son infames las condiciones de vida que hoy soportan allí los trabajadores. Yo llegué muy muchacho a la zona bananera. Algunas de mis experiencias de ese tiempo se conocen a través de mi libro "Mamita Yunai", allí está reflejada en parte la dura y humillante vida que entonces soportábamos en la zona bananera del Atlántico. En ese libro simulo la existencia de un Dispensario en Andrómeda, porque me interesaba exhibir el Dispensario y el "doctor" que posteriormente conocí en la hacienda Pejibaye, propiedad entonces de la misma empresa imperialista, en la provincia de Cartago. Pero en las inmensas bananeras del Atlántico, en aquel tiempo, no existía un solo Dispensario ni se conocían servicios médicos de ninguna clase, exceptuando el Hospital de Limón; mas en las lejanas bananeras el trabajador tenía que comprar de su propia bolsa hasta las ínfimas pastillas de quinina que necesitaba. Vivíamos en pocilgas, no se conocían los servicios higiénicos. Los "comisariatos", a través de los cuales la United ejercía el absoluto monopolio del comercio en toda la región bananera, vendían todos los artículos de la calidad que se les antojaba y a los precios más escandalosos, a pesar de que, con la tolerancia de nuestros gobiernos, la Compañía no pagaba por la importación de esos artículos impuestos de ninguna clase. ¡Infames, pero jugosas ganancias realizaba entonces la millonada United Fruit Company —y ha vuelto a realizar ahora— exprimiendo a los trabajadores en sus famosos "comisariatos"!
Por otra parte, la United, que ha sabido siempre defender muy bien sus grandes intereses en Costa Rica (y que ha contado siempre, para eso, con la alcahuetería lacayuna de nuestros gobernantes y con el servilismo vergonzoso y antipatriótico de nuestros periódicos burgueses y el de casi todos los periodistas costarricenses), tenía entonces organizada la producción en el Atlántico en forma muy singular. Su política era la de crear finqueros particulares, hacendados criollos. Les alquilaba tierra y adelantaba dinero; y si poseían tierra, simplemente les facilitaba el dinero que necesitaban para levantar la plantación bananera. Pero, en todo caso, obligándolos a firmar leoninos contratos redactados por los propios abogados de la Compañía, según los cuales esos finqueros particulares quedaban comprometidos a vender su banano exclusivamente a la United Fruit Company, aun ínfimo precio señalado por racimo recibido (óigase bien: por racimo re-ci-bi-do), menos un porcentaje que les rebajaba en cada racimo como abono a la deuda contraída. Así surgieron en la zona Atlántica centenares de plantaciones particulares, entre grandes haciendas y pequeñas fincas. Y de esta manera la United Fruit Company, que ha monopolizado siempre el mercado bananero de los Estados Unidos, podía entonces maniobrar en ese mercado a expensas de esos finqueros particulares (porque a veces, cuando en el mercado yanqui el precio del banano tendía a la baja, a la United le convenía más botar el banano aquí, ya que el banano botado así no lo perdía ella, sino el finquero nacional). Todo estaba organizado con miras a facilitar esas infames maniobras. La Gerencia giraba siempre, con la necesaria anticipación, la orden de "corta" a los finqueros particulares, fijándoles día y hora de entrega; cada finquero estaba obligado a reportar inmediatamente el número de racimos que podía entregar para esa fecha; y de esta manera la Gerencia, sumando todos esos reportes, conocía de antemano el total de racimos que se iban a cortar. Pongamos, por ejemplo, que esa suma arrojaba un total de ochenta mil racimos. Pero resultaba que de Boston le habían ordenado a la Gerencia enviar de la Sección de Costa Rica sólo 40.000 racimos. Compañeros, el problema se resolvía de manera muy sencilla: la Gerencia ordenaba a los "recibidores" rechazar el cincuenta por ciento del banano. (Por supuesto, en este caso el porcentaje de banano rechazado resultaba todavía más alto para los finqueros particulares, porque la Compañía no rechazaba banano de sus propias plantaciones).
Llegaba un "recibidor" a su respectivo ramal, en su tren bananero, bajaba en la plataforma de un finquero, empuñaba la maquinilla de chequear, y comenzaba a recibir el banano que los peones de la finca habían acomodado allí con mil cuidados para no maltratar la fruta. "Ese racimo, no; ese otro, tampoco" . . . Pero estoy mintiendo, compañeros. No hablaban siquiera: rechazaban los racimos con un simple movimiento de la mano. Y no había discusión, porque los 'Recibidores" de la United eran en eso arbitros absolutos. El finquero y sus peones miraban acongojados, pero en silencio, cómo iba aumentando el número de racimos rechazados, racimos que se iban arrojando allá, en un montón aparte. Banano botado, banano perdido. Y encima de eso venían luego los negocios particulares de algunos "recibidores" con finqueros amigos, a los que les recibían a medias, más del porcentaje señalado. Le recibían a un finquero doscientos racimos más; cien para el finquero y cien para el "recibidor". Por supuesto, después esos doscientos racimos se los tenía que botar de más a otros finqueros del mismo ramal, para poderle, entregar a la Gerencia cuentas completas. En fin, yo tuve oportunidad de ver, en el Ramal de Línea Vieja, cómo a un finquero le recibían sólo doscientos veinticinco racimos de un total de mil quinientos que tenía en su plataforma. ¿Cuántos millones de racimos se botaron en esa forma? Montañas de racimos podridos se miraban entonces por todas partes a lo ancho y a lo largo de toda la inmensa zona bananera del Atlántico. La provincia de Limón hedía a banano podrido. ¡Crimen monstruoso, porque ese banano representaba esfuerzo humano perdido y riqueza nacional malograda! Y cuando una firma costarricense comenzó a comprar a los finqueros ese banano botado a precio magnífico, para venderlo en el interior del país y también en el exterior, la United obligó a los finqueros a machetear el banano que les botaba, para que no lo pudieran vender. ¡Hasta allí llegó entonces la United Fruit Company!
Y yo pregunto, compañeros: ¿Cuándo algún gobernante se atrevió a defender a esos finqueros nacionales? ¿Cuándo esos sucios periódicos burgueses, que hoy denigran a los valientes huelguistas de Puerto González Víquez, se atrevieron nunca a denunciar esas criminales maniobras del trust imperialista? ¿Y cuándo, por su parte, esos finqueros nacionales se atrevieron jamás a protestar ni a organizarse para defenderse unidos de la United? Los gobernantes, como hace el que hoy tenemos, se humillaban ante la poderosa empresa extranjera para obtener de ella empréstitos onerosos. Nuestra prensa burguesa, como siempre, ensalzaba servilmente a la United para obtener anuncios bien pagados. Y los finqueros nacionales sólo se preocupaban de asegurarse un pequeño margen de ganancia, a pesar de la fruta rechazada, sacrificando a los trabajadores; en otras palabras, se defendían a costa del hambre de sus trabajadores.
Las labores de "corta" eran obligatorias para todos los trabajadores de las plantaciones bananeras; en los días de "corta" todos los que el patrón necesitara debían trabajar como cortadores, concheros, muleros y carreros. Y como los barcos de la United "no podían esperar en el puerto", esas labores debían realizarse en cualquier tiempo y en cualquiera condiciones. A veces tenían que efectuar la "corta" enfermos y bajo furiosos temporales; a veces tenían que terminar el acarreo del banano de noche, bajo la lluvia, alumbrándose con lámparas de canfín, bregando con mulas chúcaras, corriendo por líneas mal construidas, pasando sobre puentes improvisados y peligrosos; por eso los accidentes se repetían con tanta frecuencia. Y todas esas labores de la "corta" las pagaban los finqueros a tantos centavos por racimo recibido (ojo, compañeros: por racimo re-ci-bi-do). Esto quiere decir que los trabajadores de aquella pequeña plantación del Ramal de Línea Vieja, que se habían sudado y desvelado para poner en la plataforma mil quinientos racimos de banano, sólo percibieron en esa ocasión el pago sobre los doscientos veinticinco racimos recibidos por la United; la "corta" y el acarreo de los otros mil doscientos setenta y cinco racimos rechazados resultó para esos trabajadores esfuerzo inútil, trabajo y sudor botados. Y si a semejante mostruosidad agregamos el maltrato, la explotación de los "comisariatos", la falta de asistencia médica, las pocilgas en que los obligaban a vivir, etcétera, ya podemos imaginarnos cuánta desesperación humana y cuánta justa cólera se iban acumulando día tras día, por aquellos terribles tiempos, en las bananeras de la zona Atlántica.
La Compañía, para vivir a salvo de posibles rebeliones serias, azuzaba el odio de blancos contra negros y de negros contra blancos. Y tuvo éxito. Más de una vez, cuando los trabajadores negros, allá en la ciudad de Limón, exasperados intentaron rebelarse, los trabajadores blancos corrieron gustosos a ofrecerse para hacer abortar ese intento; por supuesto, los trabajadores negros, por su parte, correspondían con la misma moneda cuando eran los blancos los que intentaban protestar; y la Compañía explotaba tranquilamente a unos y otros por igual. Me cupo a mí el honor de participar en la campaña que organizamos para terminar con esa estúpida pugna que sólo a la United beneficiaba. Y lo logramos ampliamente.
Los personeros de la United jamás creyeron posible una huelga seria en las plantaciones del Atlántico. Cegados por su estúpida prepotencia, sordos al clamor de las peonadas, no podían entender que los trabajadores eran seres humanos con derecho a la vida y con coraje para luchar por ella; ni podían captar el profundo descontento que agitaba a los trabajadores. Pero allá en las plantaciones, los trabajadores, exasperados por el maltrato, la explotación y la miseria, y recordando la violenta rebelión, ocurrida años atrás en las bananeras de la costa Norte de Honduras (rebelión que por cierto fue aplastada brutalmente), hablaban cada vez con más frecuencia de exigir mejoras con el machete y la escopeta, de fajarse a tiros con los gringos, de arrasar a machete los bananales. Y precisamente para evitar desordenadas explosiones de violencia que nada bueno podían reportar a los trabajadores, y para orientarlos hacia una lucha organizada capaz de meter en cintura a la poderosa empresa imperialista, fue que nosotros iniciamos los trabajos de organización en las bananeras.
Compañeros, esa fue una dura y paciente tarea. Recorríamos la Zona Atlántica de punta a punta, a pie, a través de la selva y de las plantaciones, bajo la lluvia y de noche muchas veces. Con frecuencia celebrábamos reuniones a altas horas de la noche, en lejanos campamentos, para que los agentes del gobierno y de la Compañía no se dieran cuenta; "reuniones en calzoncillos" las llamaba yo. A pesar de esas precauciones, el Congreso de Trabajadores del Atlántico, convocado para discutir y aprobar el pliego de demandas que se le iba a presentar a la United, tuvimos que celebrarlo en plena selva, a la luz de las canfineras y entre nubes de zancudos, porque ya andaban en las plantaciones piquetes de policía buscando a los agitadores comunistas. Por cierto que en ese Congreso participaron compañeros de recuerdo tan querido como Lucio Ibarra, masacrado en El Codo del Diablo, como Pedro Mora, muerto en el combate de San Isidro, en 1948, y otros más que también dieron después su vida defendiendo los derechos conquistados por la clase trabajadora costarricense. De ese Congreso salió un pliego de demandas moderadas, porque allí privó la tesis de que lo fundamental era el triunfo de esa primera huelga, para consolidar la organización sindical en el Atlántico y abrir así el camino hacia nuevas y más amplias conquistas; y también se consideró necesaria esa excesiva moderación para restarle armas a los periódicos subvencionados por la Compañía. En el pliego se incluyeron, además, demandas a favor de los finqueros nacionales: fin de los injustificados rechazos de fruta, mejores precios para su banano, etcétera. Sin embargo, todos esos finqueros, desde el primer momento, se pronunciaron abiertamente contra la huelga, a pesar de que muchos de ellos, en privado, hacían votos por el triunfo de los trabajadores. ¡Era el temor de la poderosa empresa imperialista! Se envió ese pliego de demandas a la Gerencia como base de discusión; y se le mandó una copia al Presidente de la República, don Ricardo Jiménez, que ni siquiera acusó recibo. Tampoco lo hizo la Gerencia. En ese tiempo era Gerente de la United en Costa Rica, Mr. Chittenden, verdadero exponente de la política imperialista yanqui, un gringo insolente y grosero que, considerando a los centroamericanos de una raza inferior, no estaba dispuesto a concederles a los trabajadores el derecho a parlamentar con él. Tres días antes de estallar la huelga mandamos a Limón una nueva copia del pliego, con tres compañeros encargados de depositarla en las propias manos de Mr. Chittenden. Este se negó a atenderlos e hizo que la policía del puerto los detuviera y los encalabozara. En cierta plantación de la United había un capataz que era simpatizante del movimiento, y él nos contó luego cómo, el día anterior al fijado para iniciar la huelga, Mr. Chittenden hablaba por teléfono con los jefes gringos de todas las bananeras de la United, y cómo todos ellos con orgullosa suficiencia le aseguraron que en sus respectivas plantaciones las labores continuarían desarrollándose normalmente. ¡Y al día siguiente, más del noventa por ciento de las plantaciones bananeras amanecieron paralizadas, y dos o tres días después todas las peonadas del Atlántico se habían sumado a la huelga! ¡Diez mil huelguistas en la provincia de Limón!
Recuerdo que al segundo día de huelga, en un largo recorrido que hice, llegué yo al "Encanto", oscuro todavía, y me interné luego por una línea de tranvía que habilitaba, entre otras, a una apartada plantación de la United, cuyos trabajadores esperaban todavía la comunicación del paro. Y a eso iba yo. Muy de mañanita llegue al caserío de esa plantación. Garuaba. En el amplio corredor de su casa, el jefe, un gringo alto y narigón, se amarraba las botas. Posiblemente estaba haciendo cuentas alegres. Era día de "corta", todas las demás plantaciones de ese sector estaban paralizadas, pero, como sus trabajadores nada sabían, ¡él se iba a poner una flor en el ojal "cortando" en su plantación! Y me conocía bien el gringo ese, porque, en cuanto abrí el portón y entré, se enderezó de un salto y me gritó desde allá: "¿Para dónde va? ¿Qué quiere aquí? ". "Con usté nada, mi amigo; voy a hablar con la gente", le repliqué. " ¡Usted no puede entrar! ¡Salga de aquí! ", me gritó furioso. "Bueno", le dije, "venga usté a sacarme". Y me dirigí de inmediato hacia la "mulera", mientras el gringo corría a colgarse del teléfono. En la "mulera" estaban los muchachos terminando de aperar las mulas, y yo les dije: "¿Qué pasa? Toda la zona está en huelga y sólo ustedes van a trabajar". "Nosotros no sabíamos nada", contestaron. "Ya los "cortadores" están en los bananales. ¡Pero ya mismo vamos a avisarles, porque ellos también están de acuerdo con el paro! " Y montados en las propias mulas de la hacienda se fueron a suspender la "corta". Salí de allí y continué mi camino, por la lina del tranvía. Al poco andar oí a mi espalda el trote de una muía. Era el gringo, bien montado y con su carabina cruzada a la espalda. Yo, que andaba con un viejo revólver, me arrimé a un tronco, por lo que pudiera suceder. El gringo también se detuvo, diciendo: "Señor Fallas, yo no estoy contra la huelga, yo quiero hablar con usted". "Bien", le dije, "arrímese". Me explicó que a él ningún perjuicio le podía ocasionar la huelga. Como empleado mensual que era, seguiría recibiendo su sueldo completo aunque no se trabajara; y podría dedicarse a la cacería. Y terminó diciendo: "La gente tiene razón de protestar; gana muy poco y vive muy mal. Ojalá ustedes ganen esta huelga. Pero es muy difícil. La Compañía es muy poderosa, jamás le han ganado una huelga. Todo lo compra y lo arregla, porque tiene muchos millones de dólares. ¿Están ustedes preparados para una huelga muy larga y muy dura? Piénselo bien. Y tenga cuidado; no ande solo . . .
Transcurrieron los días. Se desató un violento temporal en toda la región atlántica. Pero más violenta todavía fue la campaña de difamación que desataron todos los periódicos burgueses contra los huelguistas. ¡Los peores enemigos de esos heroicos trabajadores en lucha lo fueron el subvencionado servilismo de la prensa burguesa nacional y el antipatriótico servilismo de sus periodistas! Según esos periódicos y esos periodistas, la huelga no tenía ninguna razón de ser; los trabajadores de las bananeras ganaban bien, vivían bien, estaban muy contentos, y la mayoría de ellos se pronunciaba contra la huelga. Según esos periódicos y esos periodistas, la huelga había sido provocada artificiosamente por un grupo de audaces comunistas, de agitadores profesionales; los comunistas, cumpliendo una orden directa de Moscú, mantenían la huelga atemorizando a los trabajadores: los comunistas estaban interesados en provocar desórdenes y, sobre todo, estaban interesados en perjudicar a las grandes empresas norteamericanas que operaban en nuestro país; ¡era necesario que el Gobierno, procediendo enérgicamente, pusiera fin de una vez por todas a estos turbios y criminales manejos de los comunistas criollos! Esa intensa y sucia campaña de la pren¬sa desorientó a grandes sectores de la opinión pública costarricense, que aplaudieron el envío a las bananeras de los primeros centenares de policías armados, a la orden del desde entonces tristemente célebre coronel Gallegos. ¿Y los más destacados intelectuales costarricenses? Esos, con una o dos excepciones, mantuvieron todos un comodidoso silencio; unos, porque no podían bajar de sus olímpicas alturas para intervenir en cuestiones tan plebeyas como una vulgar huelga bananera; y otros, porque no querían aparecer como instrumentos ciegos de los comunistas. ¡Naturalmente! ¡Es mejor, en todo caso, hacerle el juego a los generosos millonarios de Wall Street! Sólo los obreros organizados, y especialmente los de esta capital, dieron su apoyo entusiasta a los huelguistas, recogieron dinero, enviaron víveres. Pero casi todos sus envíos fueron decomisados por la polícia. Y mientras tanto, miles y miles de trabajadores, sus mujeres y sus hijos, allá en las sombrías bananeras del Atlántico, pasaban hambre.
Teníamos bananos. Y se organizaron brigadas de huelguistas que iban hasta la lejana costa a buscar huevos y carne de tortuga, a cazar a la selva, a recoger la yuca y el ñame que los agricultores pobres de la región, negros y blancos, obsequiaban como ayuda al movimiento. Mas todo eso resultaba poco, porque era mucha la gente de las bananeras; con frecuencia teníamos que pasar el día con sólo yuca y bananos sancochados, sin sal. Llovía día y noche, la región toda era un inmenso mar de fango; y a los huelguistas más activos, que en grupos iban y venían constantemente ejerciendo vigilancia en las plantaciones más lejanas, se les destrozaban los zapatos; se quedaban descalzos. Y cada día aumentaba el número de postrados por la fiebre. Sin embargo, los trabajadores y sus mujeres y sus hijos se mantenían firmes, disciplinados, sin cometer un solo hecho de violencia, dispuestos a ganar la huelga con sus prolongados sacrificios. ¡Qué inmensa capacidad de resistencia y qué admirable espíritu de sacrificio manifiesta el pueblo cuando lucha por una causa justa!
Los policías, aleccionados, trataban de provocar a los huelguistas. Cuando miraban pasar a un grupo de éstos, gritaban: " ¡Nicas, maricones! ¿Por qué no se paran como los hombres? " (Porque según la prensa burguesa, todos los huelguistas eran nicaragüenses). Y la gente llegaba al campamento de Veintiséis Millas, donde estaba el Comité de Huelga, llorando de rabia y diciendo: " ¡Compañero Fallas, permítanos demostrarle a esos carajos que nosotros somos hombres de verdá! ¡Déjenos ir esta noche a darles una sorpresa!" Tuvimos que hacer una gran asamblea para aleccionar a los huelguistas contra esas provocaciones, y enviamos compañeros por todos los rumbos llevando esa voz de alerta. La United Fruit Company, tratando de aprovechar el hambre y la miseria de los trabajadores, también planeaba infames provocaciones. En un lluvioso anochecer regresaba por la línea del ferrocarril un grupo de huelguistas, hambrientos todos, cansados, casi desnudos, con los zapatos hechos pedazos. Los empleados del Comisariato de Matina, al verlos pasar, los llamaron, habiéndoles zalameramente: " ¡Vengan, muchachos, nosotros, estamos con la huelga! ¿De dónde vienen? " "De hacer vigilancia en Damasco y en Diamantes". "¿Y no han comido nada? " "No, y estamos en pie desde las cuatro de la mañana". " ¡Pobrecitos! ", dijeron entonces los empleados del Comisariato, y le obsequiaron a cada huelguista de aquellos una cerveza, un bollo de pan, un pedazo de queso y un cigarrillo Camel. Y después añadieron: "Es una barbaridad que ustedes estén pasando hambres y necesidades, cuando aquí hay ropa, zapatos y víveres a montones. Nosotros les daríamos con mucho gusto todo ésto. Pero si lo hacemos así, sin ningún pretexto, nos castigarían. Vengan siquiera en un grupo de cincuenta y se llevan todo lo que hay aquí; y así nosotros les decimos después a los gringos que fue cosa de fuerza mayor, que nada podíamos hacer". Esos compañeros, apenas llegaron a Veintiséis Millas, me relataron lo ocurrido y muy contentos añadieron: "Compañero Fallas, nosotros y las mujeres y los chiquillos estamos pasando necesidades por tontos. Los muchachos del Comisariato son muy buenos, están con nosotros, nos quieren ayudar. ¡Vamos a traernos todos los víveres que hay allí! " ¡Qué ingenuos! Los empleados nos entregarían esos víveres, para que después la United y la prensa a su servicio nos acusaran de asalto y robo, lo que les serviría a las autoridades de pretexto para echarse brutalmente contra los trababajadores! Tuvimos que hacer otra asamblea para alertar a los trabajadores contra estas nuevas maniobras de provocación. Entonces la United con la ayuda del coronel Gallegos, simuló el saqueo de algunos comisariatos, entre ellos el del Comisariato de Bananito. Pero resultó tan burda esa simulación, que no lograron obtener del Presidente Jiménez lá orden para la masacre que proyectaban.

También los finqueros criollos, los dueños de plantaciones bananeras, maniobraban contra los huelguistas. Trataron, con la ayuda del Gobierno, de reclutar rompe-huelgas en Puntarenas y Guanacaste. Algunos de ellos llevaron a sus plantaciones fuertes contingentes de policía armada para atemorizar a los trabajadores. Otros, se acercaban a los huelguistas como amigos y los entretenían con engaños, mientras por teléfono hablaban a la policía; así fueron encarcelados varios huelguistas costarricenses y echados del país otros huelguistas nicaragüenses, todos con el pretexto de que habían sido sorprendidos ejerciendo violencias en las plantaciones de esos propietarios criollos. ¡Cuántas violencias y cuántos atropellos se cometieron entonces contra los sufridos trabajadores de las bananeras! Pero, a pesar de todo, pasaban días y más días y la huelga se mantenía en pie en toda la región.
Con profunda emoción recuerdo ahora el caso del camarada Tobías Vaglio. A raíz de esa huelga ingresó al Partido y, como ustedes saben, en 1948, un anciano ya, terminó su vida limpia de militante comunista masacrado en El Codo del Diablo. Era hijo de un albañil italiano, y de muchacho había hecho vida de obrero. Yo lo conocí pocos días antes de estallar la huelga; él era entonces jefe de una plantación bananera particular, vivía bastante bien. Lo encontré en el corredor de su casa, con un hijo pequeño en el regazo. Me invitó a almorzar, me habló de la inutilidad de una huelga contra fuerzas tan poderosas y por último me aseguró que él, en todo caso, permanecería neutral. Sin embargo, apenas iniciada la lucha, cuando oyó cómo se expresaban de los huelguistas y de todos los costarricenses los empleados yanquis de la Compañía, abandonó indignado el puesto y se puso a la cabeza de los huelguistas de su plantación y de las plantaciones vecinas. Luchó como un león por el triunfo de la huelga. Un día fue sorprendido por la policía, que lo sacó a Siquirres amarrado como un criminal; y allí unos yanquis, antiguos amigos suyos, aprovechando su indefensión lo injuriaron y lo escupieron, mientras los militares costarricenses aplaudían servilmente y reían a carcajadas.
Compañeros, la historia se repite. Hoy anda el Ministro de Trabajo en el Pacífico, tratando de arreglar el conflicto "directamente con los trabajadores". En 1934, también el Gobierno de don Ricardo Jiménez mandó al Atlántico a su Ministro de Gobernación, don Santos León Herrera, para que arreglara el conflicto "directamente con los trabajadores". Don Santos recorrió la región en un tren de la United, con sus secretarios y rodeado de periodistas, entre los que recuerdo a Formoso. Llegaban a un pueblo, reunían a los vecinos (mujeres en su gran mayoría, porque los huelguistas más combativos permanecían en el monte) y les decían más o menos lo siguiente: "Aquí está el señor Ministro que viene con amplios poderes para resolver favorablemente ias quejas y las demandas de los trabajadores. El Gobierno desea arreglar de la mejor manera posible la situación de ustedes, pero conversando directamente con ustedes, que son los que de verdad trabajan y se sudan. Porque el Gobierno y la Compañía y los finqueros nacionales nada quieren con los agitadores comunistas, que nunca han trabajado y que ahora engañan a los trabajadores. ¡A ver, digan qué es lo que ustedes quieren! " Y los vecinos contestaban: "Lo que queremos es que ustedes vayan a Veintiséis Millas, a discutir el arreglo con nuestro Comité de Huelga. ¡Con nosotros nada tienen que arreglar! " En todas partes obtuvo el Ministro ese mismo resultado. ¿Y saben ustedes, compañeros, a qué conclusión llegaron los periodistas para explicarse aquella para ellos sorprendente unanimidad de criterio? Pues, que nosotros, los comunistas, debíamos estar utilizando quién sabe qué extraordinario medio de comunicación (invento soviético, posiblemente), el cual nos permitía atemorizar y aleccionar a los vecinos de cada pueblo momentos antes de que el Ministro llegara a visitarlos. ¡Ciegos y sordos, no conocen el alma popular ni entienden el idioma de los trabajadores!
Total, que don Santos, sus secretarios y los periodistas fueron llegando al fin a Veintiséis Millas, en busca del Comité de Huelga. Las proposiciones del Ministro eran inaceptables. Pero como allí estaban concentrados centenares de trabajadores, y como la prensa había afirmado que unos cuantos comunistas desde Veintiséis Millas le imponían su voluntad a todos los trabajadores, aprovechamos la ocasión para demostrar a los periodistas la falsedad de semejante afirmación.
Don Santos nos ofrecía, en nombre de los finqueros, un aumento de tantos centavos por metro cúbico de "zanjo". Nosotros, entonces, gritábamos: " ¡A ver, "zanjeros", vengan a conocer el aumento que les propone el señor Ministro! " Y se acercaban cien o más hombres semi-desnudos, enflaquecidos, amarillentos, comidos todos por el paludismo, que al oír la proposición de aumento vociferaban furiosos: " ¡Qué clase de aumento nos proponen ustedes, señores! ¡Vayan a sudarse los sobacos, a comer barro un rato siquiera, para que sepan lo que cuesta hacer un metro cúbico de zanjos! " Lo mismo ocurrió con los hacheros y con todos los demás trabajadores. El arreglo fracasó rotundamente. Y la prensa burguesa, para explicarle al país ese fracaso, se tragó sus anteriores afirmaciones. Dijo que a los dirigentes comunistas nos había ocurrido lo que al aprendiz de brujo. Ahora queríamos aceptar el arreglo propuesto, pero los nicaragüenses no nos dejaban; éramos verdaderos prisioneros de esos nicaragüenses, que amenazaban con cortarnos la cabeza si transigíamos con cualquier fórmula de arreglo. Como ustedes habrán observado, primero eran los dirigentes comunistas los que imponían su criterio intransigente a los trabajadores; pero después resultó que eran los nicaragüenses los que imponían su intransigente criterio a esos dirigentes. ¡Sucios malabares de esa prensa vendida al oro imperialista! ¡Mentiras y más mentiras para difamar la patriótica, valiente y justa actitud de los trabajadores!
A pesar de todas las mentiras y de todas las provocaciones, la disciplina de los huelguistas se mantenía inquebrantable. Y se cumplían ya cuatro largas semanas de dura lucha contra la naturaleza, contra el hambre, contra las maniobras de la United y del Gobierno y también contra los rompe-huelgas reclutados en otras provincias del país, cuando el Presidente Jiménez, después de muchas conversaciones con los personeros de la United y con los representantes de los finqueros nacionales, resolvió llamar a los delegados de los huelguistas para discutir aquí, en San José, un formal arreglo que pusiera fin a la huelga. Vinimos a esta capital, discutimos largas horas, y al fin se firmó un arreglo bastante favorable para los trabajadores, que el Gobierno se comprometió a hacer respetar. Rugieron las sirenas de los periódicos anunciando el fin de la huelga, y nosotros partimos hacia la zona atlántica a dar la orden de trabajo. ¡Ese día fue de gran fiesta en todas las bananeras del Atlántico! Después, cada mochuelo a su olivo. Los huelguistas reconcentrados en Veintiséis Millas regresaron a sus respectivos sitios de trabajo; se disolvieron las brigadas de vigilancia y las que hacían el servicio de correos; y se desintegró el Comité de Huelga. Por pura casualidad, yo, que me encontraba enfermo, resolví permanecer unos días más en el campamento de Veintiséis Millas, con algunos muchachos que quisieron quedarse acompañándome. Fue suerte mía. Porque el primer día de trabajo, en todas las plantaciones de la United, muy de mañanita se presentaron los jefes gringos y sus capataces, con acompañamiento de policía, haciéndole saber a los trabajadores que no había arreglo de ninguna clase, que tenían que seguir trabajando en las mismas condiciones de antes, porque yo, Carlos Luis Fallas, que ya iba en un barco hacia los Estados Unidos, me había vendido a la Compañía por treinta mil dólares. ¡Algo así como las treinta monedas de Judas! Los trabajadores, dejándose sorprender, me echaron mil maldiciones y, furiosos, se declararon en huelga nuevamente. Muy pronto se dieron cuenta de que habían sido engañados, que todo respondía a una infame maniobra de provocación organizada por los personeros de la United con la complicidad de los militares costarricenses que operaban en la región. ¡Pero ya era tarde!
El coronel Gallegos, bajo el pretexto de que los trabajadores habían quebrantado el arreglo, y con el aplauso entusiasta de la prensa burguesa, se echó brutalmente sobre los trabajadores. Crepitaron los fusiles y las ametralladoras en las sombrías bananeras del Atlántico; centenares de hombres fueron maltratados y encarcelados; centenares de trabajadores nicaragüenses fueron echados del país con sólo los harapos que llevaban encima; y centenares de mujeres y de niños quedaron desamparados. Y, entonces sí, los trabajadores respondieron a la violencia con la violencia, arrasando las plantaciones bananeras a machete, destruyendo línea y puentes tranviarios. Y el coronel Gallegos replicó a su vez incendiando campamentos y rancherías y amenazando a la población neutral con terribles represalias si ayudaba a los huelguistas. Recuerdo cómo una familia campesina que tenía su pequeña finca y su rancho, se hincó ante mí, implorando con desesperación: " ¡Por Dios, llévese ese herido, no lo deje con nosotros, porque si la policía lo encuentra aquí nos quema el rancho y nos destruye la finca y nos lleva presos a todos! "
¡Fueron quince negros días de violencia y de terror en las plantaciones del Atlántico! ¡Quince días que acabaron de templar para siempre —como se ha comprabado luego tantas veces— el indomable espíritu combativo de los trabajadores bananeros!
Compañeros: esa gran huelga bananera de 1934, tan violenta en su última etapa, y que tanta importancia tuvo para el desarrollo posterior del movimiento revolucionario y antiimperialista costarricenses, hizo retroceder a la United Fruit Company; y afianzó el movimiento sindical en las bananeras. Así surgió la combativa Federación de Trabajadores Bananeros del Atlántico. Poco a poco, a costa de largos años de lucha organizada, los trabajadores bananeros fueron conquistando un mejor trato, mejores salarios, mejores condiciones de vida.
La United, al amparo de una nueva y onerosa concesión, trasladó sus actividades bananeras a nuestra costa del Pacífico, terminando de arruinar con eso a los finqueros bananeros del Atlántico, y conservando, con codicia de avaro, su derecho de propiedad sobre la extensión de tierra costarricense que abandonaba, derecho que había obtenido a cambio de nada. Los trabajadores, en las nuevas bananeras del Pacífico, organizaron de inmediato sus sindicatos y, posteriormente, la pujante Federación de Trabajadores Bananeros del Pacífico. Nuevas luchas, nuevos conflictos, y nuevas conquistas: mejores servicios médicos, habitaciones más decentes, medidas para sanear los poblados, agua potable, campos de deporte, etcétera. Y los trabajadores, bajo nuestra dirección, también lucharon para obligar a la Compañía a hacer efectivo un mayor porcentaje de costarricenses entre sus empleados; y a suprimir las categorías más bajas de sus empleados, promoviendo a éstos a categorías superiores, con el consiguiente aumento de sueldo. Sí, compañeros, nada de eso cayó del cielo, nada de eso lo dio graciosamente la United. Los trabajadores bananeros, con su firme y sostenida lucha, conquistaron esas mejoras, mejoras que se reflejaron también, en parte, en las otras secciones bananeras de Centro América. (Digo que en parte, porque todavía en 1946 tuve oportunidad de conocer, en las bananeras de Panamá, campamentos que más parecían encierros para chanchos).
Naturalmente, el clima político internacional determinado por la segunda guerra mundial vino a facilitar esa lucha de los trabajadores bananeros y obligó a la United a ablandar un tanto sus métodos de explotación. En el curso de esa tremenda lucha contra el nazi-facismo se remozaron las fuerzas democráticas de América Latina, cobraron vigoroso aliento las corrientes revolucionarias, creció y se fortaleció el movimiento sindical. Aquí, en Costa Rica, surgieron sindicatos obreros y campesinos por todas partes, se vigorizó la C.T.C.R., y nuestro Partido pasó a ser fuerza de gran peso e importancia en la vida nacional. Y la clase trabajadora costarricense, bajo nuestra dirección, conquistó las Garantías Sociales y el Código de Trabajo. ¡Por primera vez los trabajadores tuvieron garantizados constitucionalmente, entre otros derechos, el derecho de sindicalización y el derecho de huelga!
Obligada por el clima internacional, por la pujanza del movimiento obrero y por la nueva legislación social, la United Fruit Company tuvo que hacer un viraje y esconder las uñas. Ya no era Gerente suyo en Costa Rica un odioso negrero como Mr. Chittenden; envió aquí a Mr. Reginald Hammer, como nuevo Gerente y como símbolo de ese obligado viraje en su política de explotación. Hoy, como en 1934, la United vuelve a decir que no puede ni debe tratar con dirigentes comunistas, aludiendo a la FOBA, a la que califica de organización comunista. ¡Simple cuestión de circunstancias, compañeros! Porque en los tiempos a que me vengo refiriendo, los personeros de la United en Costa Rica, con Mr. Hammer a la cabeza, si discutían y llegaban a arreglos constantemente con el Secretario General de la Federación de Trabajadores Bananeros del Pacífico, que era yo, un viejo y conocido comunista; y trataban de igual a igual con la C.T.C.R., cuyo Secretario General era el viejo y conocido comunista Rodolfo Guzmán, aquí presente. En ese tiempo, la United, después de exhibir planillas según las cuales los trabajadores del abacá ganaban sueldos fabulosos, lo que no era cierto, tuvo que reconocer un aumento de sesenta colones por hectárea. En ese entonces la United, por gestión nuestra, se comprometió a vender en sus "comisariatos", para todos sus trabajadores y empleados, los artículos de primera necesidad a precio de costo. Y discutiendo con nosotros, la United reconoció entonces el fuero sindical, cedió en cada finca un local para el Comité Sindical, facilitó trenes para las asambleas generales y para la celebración de los primeros de mayo, etcétera. Y recuerdo que discutiendo conmigo el caso de un "mandador" de finca, costarricense él y muy dado a ultrajar a los trabajadores, Mr. Hammer me decía: "Ustedes insistieron en que debíamos de tener un mayor número de empleados costarricenses; e intervinieron luego para que nosotros mejoráramos la categoría y el sueldo de esos empleados. ¡Y ahora los peores enemigos que ustedes tienen en la Compañía son esos mismos empleados costarricenes! Total, que hoy tenemos iguales problemas con los empleados nacionales que con los norteamericanos. ¿Sabe lo que tengo en proyecto? Voy a instalar una Escuela Especial en Palmar Sur, para que todos los empleados de la Compañía, costarricenses y norteamericanos, estudien allí la legislación social del país y aprendan también allí a tratar la gente".
Así hablaba entonces el más alto personero de la United Fruit Company en Costa Rica, porque en ese tiempo si existían en nuestro país verdadero derecho de sindicalización y verdadero derecho de huelga, porque los trabajadores bananeros eran fuertes en su unidad bajo las banderas de su Federación y de la C.T.C.R., y porque entonces nuestro Partido tenía vida legal y estaba en buenas relaciones con el Gobierno.
Pero vinieron luego los acontecimientos de 1948 que todos ustedes conocen, la guerra civil en que tan habilidosamente intervinieron los agentes del imperialismo yanqui. El nuevo Gobierno 1 ilegalizó y persiguió brutalmente a nuestro Partido y también a la C.T.C.R. Fueron asaltados los locales de los sindicatos y fueron encarcelados los dirigentes obreros. Los mejores dirigentes sindicales del Atlántico murieron asesinados. En consecuencia, también fue ilegalizada la Federación de Trabajadores Bananeros del Pacífico; sus dirigentes pasaron a ser presos políticos; y centenares de sindicalistas bananeros nicaragüenses fueron echados del país. Entonces, e inmediatamente, la United Fruit Company levantó otra vez la cabeza en Costa Rica y, sacando de nuevo las uñas, volvió a su vieja política esclavista, a sus antiguos métodos de brutal explotación. Descuidó los servicios médicos y el saneamiento de los caseríos y también descuidó las viviendas de los trabajadores, burló todos los derechos garantizados por la Constitución, aumentó las "tareas" en el trabajo a destajo, volvió a especular escandalosamente con los precios en los "comisariatos", etcétera. Y obtuvo del Gobierno una nueva y más jugosa contratación.
Los trabajadores bananeros, a pesar de que el Gobierno trató de imponer en el Pacífico, como en todo el resto del país, un nuevo tipo de organizaciones sindicales de carácter oficial, a pesar de esto, repito, los trabajadores bananeros lograron organizar sus sindicatos independientes y constituir después su Federación de Obreros Bananeros (FOBA), afiliada a la C.G.T.C, la nueva central obrera independiente, y comenzaron otra vez los conflictos en las bananeras, extorsionados siempre por el Gobierno, difamados siempre por la prensa burguesa nacional, y malogrados casi todos por la falta de una sólida unidad proletaria. (Siendo en las bananeras, como en todas partes, la Rerum Novarum un simple fantasma, existen allí en la práctica dos federaciones obreras: la FOBA, mayoritaria, y la FETRABA). Pero hace poco se logró la unidad en la acción de la FOBA y la FETRABA, y así pudieron los trabajadores legalizar el conflicto que ha desembocado en la actual huelga bananera de Puerto González Víquez.
¿Por qué este primer conflicto serio se planteó precisamente en Puerto González Víquez? Porque en esas bananeras, que aunque están en territorio costarricense son administradas por la Chiriquí Land Company, sección panameña de la United Fruit Company, las condiciones de vida y de trabajo son peores todavía que en las otras plantaciones que la United tiene en Costa Rica. Por ejemplo, allí los regadores de veneno trabajan más horas diarias y ganan un salario menor que los regadores de otras bananeras costarricenses.
Los trabajadores de estas bananeras, con el respaldo del número de firmas que exige la ley, plantearon ante el Juez de Trabajo de Golfito un Conflicto Colectivo Económico Social, con sus demandas respectivas. Ese Juez, de acuerdo con la ley, puso el conflicto en manos de un Tribunal de Conciliación, integrado por un representante del Gobierno, otro de los patronos y otro de los trabajadores. Este Tribunal, reduciendo al mínimo las demandas de los trabajadores, recomendó como base de arreglo un modesto plan de mejoras, según el cual, por ejemplo, aunque a los mencionados regadores de veneno se les rebaja una hora de trabajo, fijándoles una jornada diaria de siete horas, y se les aumentaba un poco el salario, siempre continuarían trabajando una hora más y ganando menos que los regadores de otras plantaciones de la United, cuya jornada en tan dañino trabajo es de seis horas. A pesar de eso, los trabajadores, para evitar mayores dificultades, aceptaron todas las recomendaciones del Tribunal de Conciliación. Pero, alentada por la actitud incondicional de la prensa y por el sometimiento del Gobierno, la United no quiso hacer lo mismo; su personero se presentó ante el Juez de Golfito y, de viva voz y en términos insolentes, rechazó todas las recomendaciones del Tribunal mencionado y renunció a todo otro trámite posterior de conciliación. Por eso el Juez, de acuerdo con la ley, declaró procedente la huelga legal en las bananeras de Puerto González Víquez. Apeló la United, y el Tribunal Superior de Trabajo, después de estudiar el asunto, ratificó el derecho de huelga legal para los trabajadores bananeros. Maniobró entonces la United y logró así que los Inspectores de Trabajo fueran a realizar una votación en las bananeras, votación que se efectuó en forma pública y ante los jefes de cada plantación, para dar a éstos la oportunidad de presionar a los trabajadores; y a pesar de eso, los trabajadores se pronunciaron en mayoría aplastante por ir a la huelga. Resumiendo: los trabajadores aceptaron las modestas recomendaciones del Tribunal de Conciliación, que en cambio fueron rechazadas altaneramente por la United: el Juez de Golfito falló contra la United, otorgando el derecho de huelga legal a los trabajadores; el Tribunal Superior de Trabajo falló contra la United, ratificando ese derecho de huelga; y los trabajadores declararon después, ante los propios jefes de la Compañía, su determinación unánime de ir a la huelga contra la United.
Así las cosas, lo lógico hubiera sido que el Gobierno, si quería evitar las funestas consecuencias de la huelga, presionara a la rebelde United Fruit Company a aceptar, siquiera, las modestas recomendaciones del Tribunal de Conciliación, y que nuestros periódicos burgueses, ya que son incapaces de adoptar una actitud digna y patriótica, por lo menos hubiesen permanecido neutrales. Pero no ha sido así, como ustedes saben. El Gobierno trató de evitar la huelga presionando a los trabajadores y maniobrando contra su unidad; y ahora continúa presionando y maniobrando para hacer abortar la huelga. Y la prensa se ha desatado en una furiosa campaña, difamando a los huelguistas y defendiendo, una vez más, los intereses del insaciable monopolio imperialista.
Según esta campaña, la huelga no ha sido provocada por la tacañería y la insolente intransigencia de la United; ha sido provocada por la intransigencia de los comunistas que, obedeciendo una orden de Moscú, están empeñados en crearle dificultades a la honorable empresa norteamericana. Según esa campaña, si las plantaciones bananeras se pierden, la culpa no será de la sórdida United; será de los tercos comunistas, instrumentos ciegos del Kremlin. Y haciendo tales argumentos, esos periódicos reclaman del Gobierno mano fuerte para terminar con las maniobras comunistas; en otras palabras, que el Gobierno aplaste brutalmente la huelga legal de Puerto González Víquez. ¡Qué falta de vergüenza y qué falta de sentimientos patrióticos! Por supuesto, en esta campaña contra los huelguistas se han destacado, sobre todos, los periódicos del señor Ulate, señor éste que, según lo denunciara "La República", no hace mucho tiempo obtuvo de la United un jugoso préstamo en dólares para ampliar su empresa periodística.
Pero hay más compañeros. Según esos periódicos, toda demanda de aumento de salarios es una infame y peligrosa maniobra comunista; y toda actitud digna y patriótica frente a los monopolios extranjeros que expolian nuestras riquezas naturales y nuestras fuerzas de trabajo, es una traición a la patria y una demostración de sometimiento a los dictados de Moscú. Sólo se es buen patriota, según esos periódicos, poniéndose al servicio de los monopolios yanquis y ayudando a que estos monopolios acaben de adueñarse de nuestro país, porque sólo así se puede contribuir a garantizar la democracia en Costa Rica y en el resto del mundo. ¡Burda cortina de humo, detrás de la cual pretenden disimular su indignidad y su traición a la patria todos los asalariados lacayos criollos del imperialismo yanqui!
Y es bueno que nos preguntemos esta noche: ¿Mientras los trabajadores costarricenses luchan y padecen hambre allá en el Pacífico, qué hacen los artistas costarricenses? Pintan, esculpen, hacen música y guardan silencio. ¿Y los periodistas costarricenses? Colaborando muchos de ellos en esa sucia campaña de difamación. ¿Y los otros intelectuales? Guardando, como siempre, un comodidoso silencio, algunos; y otros, para demostrar su valentía y su patriotismo, participando en heroicas asociaciones anti-comunistas. ¡Desgraciado sería nuestro país si no contara, como cuenta, con el patriotismo auténtico de su clase trabajadora y con el auténtico patriotismo de amplios sectores de su juventud!
Compañeros:


Hoy cumple diecinueve días la huelga bananera de Puerto González Víquez. La United Fruit Company pretende someter por hambre a los valientes trabajadores de las bananeras. ¡Son mil quinientas familias que han soportado ya largos diecinueve días de huelga! Porque yo sé muy bien lo que eso significa, es que he venido gustoso a decir a ustedes que los costarricenses dignos no debemos, no podemos dejar perecer a esos trabajadores; que debemos enviarles víveres, porque con eso les ayudaremos más que con todos los discursos que podamos hacer en su defensa; y que al mismo tiempo, para contrarrestar la campaña de la prensa, debemos ir a las calles, a los billares y a todos los sitios de reunión, explicando al pueblo que aquellos trabajadores, con su actitud viril, están reivindicando nuestra maltratada dignidad nacional.
Para obtener víveres se necesita dinero; y el dinero recogido hasta hoy resulta insuficiente.
¡Dediquemos pues, el próximo sábado a recoger dinero para enviar víveres a Puerto González Víquez!
¡A la calle, compañeros, el próximo sábado, desde las nueve de la mañana! ¡Adelante con esta patriótica campaña de solidaridad con los abnegados huelguistas del Pacífico!
-------------------------------------------------
(1) El Gobierno "revolucionario" de José Figueres.


Tomado de http://www.Lospobresdelatierra.org

No hay comentarios:

Publicar un comentario