domingo, 14 de febrero de 2010

CARTA PASTORAL DE MONSEÑOR DR. VICTOR SANABRIA MARTINEZ CON MOTIVO DE LA TOMA DE POSESION DE SU CARGO, 28 de Abril de 1940

CARTA PASTORAL DE MONSEÑOR DR. VICTOR SANABRIA MARTINEZ CON MOTIVO DE LA TOMA DE POSESION DE SU CARGO


28 de Abril de 1940


(párrafos)

¡La cuestión social! Palabra, hoy, de trascendental valor. ¿Qué ha hecho la Iglesia por resolverla y qué puede hacer al presente en ese mismo sentido? ¿Qué podemos hacer nosotros los sacerdotes en nuestra patria, en ejercicio de la representación moral y espiritual de que estamos investido s, en favor de la cuestión social? He aquí dos preguntas cuya contestación interesa por igual a la conciencia católica y a la conciencia no católica.

A la primera de ellas, a saber, qué ha hecho la Iglesia Católica, qué han hecho los Romanos Pontífices, para resolver este problema, tan antiguo como la misma humanidad, contestan con soberana autoridad León XIII en la Encíclica "Rerum Novarum" (15 de mayo de 1891) y Pío XI en la Encíclica "Quadragesimo Anno" (15 de mayo de 1931 ).

Toda sociedad que se precia de cristiana encontrará la solución última y perfectamente acabada de tan candente problema, en la observancia de la ley evangélica, que es la norma de supremo equilibrio de los diversos factores sociales que entran a la parte en la solución del problema, pesados en la balanza de la justicia y de la caridad. Desgraciadamente la flaqueza de voluntad de los hombres y su renuencia a adaptarse a aquellos principios, por una parte, y la pugna y oposición sistemática de intereses económicos egoístas con aquellas justísimas reglas, por otra, han desplazado siempre y desplazan ahora el problema hacia otros campos, económicos, políticos y sociales, no siempre al alcance de la autoridad religiosa. La doctrina social del cristianismo, cuyo conocimiento, siquiera en sus rasgos fundamentales, no escapa a la comprensión media de todas las clases sociales, nos impone a nosotros, ministros de la Iglesia, el deber de estimular la voluntad colectiva e individual a acomodarse a ella, persuadiendo a los unos, a los sinceramente creyentes, de que es ineludible exigencia de su fe, a los otros de que por equidad humana cuando menos deben hacer honor a aquellas reglas, y a todos de que la cuestión social es de tal naturaleza y urgencia que si no la resolvemos en el orden, en la justicia y en la caridad se comprometerá en el desorden y en la injusticia y en la violencia. Este es, ante todo, el terreno en que hemos de cooperar nosotros a la solución del problema social. Los otros, principalmente los económicos y los políticos, están por lo general fuera de nuestra esfera de influencia. Pídasenos, por consiguiente, el cumplimiento de nuestro deber -que a ello tiene perfecto derecho la sociedad a cuyo servicio estamos-, en aquello que cae en primer término dentro del ámbito de nuestra misión. Más -aún, cualquiera que fuere la autoridad que eventualmente llegáramos a poseer en cualquier otra esfera de acción, habríamos de ponerla igualmente y sin reservas a disposición de quienes como nosotros, aunque situados en otros campos, están sinceramente interesados en la solución de la cuestión social. Damos lo que tenemos, que en verdad sería suficiente para él efecto intentado, si se quisiera oímos, con sinceridad. Somos una fuerza para la solución del problema social, pero no somos toda la fuerza que para el caso se requiere. No pocas veces esa fuerza es nula porque nuestra voz es voz que clama en el desierto. Creemos que nadie podrá enrostrar de buena fe a la Iglesia, que no acuerpa con su autoridad cuantas medidas y reformas sanas imponen o impongan quienes para ello tienen el poder, los medios y la fuerza de compulsión social en el terreno político, económico y social, para resolver esta cuestión.

"Cuestión tan grave -decía León XIII hablando de la cuestión social (Enc."Rerum Novarum"), demanda la cooperación y esfuerzos de otros, es a saber, de los príncipes y cabezas de los Estados, de los amos y de los ricos, y de los mismos proletarios': Y confirmando lo que antes había escrito, a saber, que la cuestión social "es una en la cual no puede esperarse ninguna solución aceptable, sino en la intervención de la Religión y de la Iglesia", asegura que "serán vanos cuantos esfuerzos hagan los hombres si desatienden a la Iglesia. "

Esta intervención de la Iglesia, por lo que a nosotros se refiere, y habida cuenta de las limitaciones que nos imponen las circunstancias, debe partir de las consideraciones siguientes:

Ningún país, ningún estado, aun entre los de instituciones sociales más adelantadas, ha logrado imponer en toda su amplitud la solución de la Iglesia, no por incompetencia o deficiencia del contenido práctico de ésta, sino por la rebeldía, a veces organizada, de los diversos factores que han de entrar a la parte en ella, a someterse con docilidad y de buena fe a las conclusiones que de ella se desprenden. Esta consideración, exacta en su fondo y no menos exacta en sus detalles, nos obliga a ser modestos en la estimación de nuestras fuerzas, sin que esto signifique en forma alguna que hemos de ser débiles ni mucho menos remisos en la proposición de los medios que reconocen por autora a la Iglesia.

En segundo lugar, no hemos de perder de vista que vivimos en una comunidad de formación civil, política y económica reciente y por tanto, poco desarrollada, y que nuestros problemas sociales no son exactamente idénticos a los de otras naciones. Por consiguiente, no hemos de extrañar que no hayamos acertado todavía a resolver en toda su complejidad una cuestión que pueblos de más avanzada cultura social, de más perfecta organización agrícola e industrial, no han logrado resolver. La misma Santa Sede no logró resolver el problema en los Estados Pontificios cuando los poseyó, ni creemos que lo podría lograr ahora si los poseyera en la actualidad, sin que ello implique imperfección o insuficiencia de la doctrina social por ella proclamada, porque se lucha contra la oposición irracional de ciertos elementos sociales que no pueden ser reducidos con la simple persuasión moral y religiosa, y porque existen otros factores sociales, económicos y políticos de orden interno y de orden externo, los de interdependencia de los estados, que escapan al control ordinario de los dirigentes sociales.

Todo radicalismo en materias sociales es pernicioso. Mientras las ideas socialistas, y sobre todo las comunistas, no tuvieron oportunidad de hacer la experiencia de sus doctrinas utópicas en ninguna comunidad civil o política organizada, pudieron los doctrinarios socialistas y comunistas soñar en que sus soluciones eran perfectas. Hoy, después de no pocas experiencias, especialmente la rusa, habrán llegado a la convicción práctica de que sus teorías son las menos indicadas para intentar siquiera la solución de los problemas sociales.

Queda solamente el camino de la solución paulatina, ordenada, pero constante, en que intervengan la Iglesia, el Estado y las partes interesadas, movidos todos por una decidida voluntad de perfeccionamiento humano. Preparar el terreno, disponer los ánimos en favor de aquella solución, esa es la misión de la Iglesia. El Estado, en cuyas manos está la compulsión física, tiene bien definida su misión en la naturaleza misma de los fines para los que ha sido constituido. Ya se entiende que esa acción del Estado debe liberarse de aquellos excesos con razón condenados por Su Santidad Pío XII en su primera Encíclica, y que ni ha de destruir al individuo ni anularlo en favor de la comunidad, que eso sería abierta e insoportable tiranía, ni ha de exaltar en forma desmedida los derechos del individuo en perjuicio de los de la comunidad, que eso sería anarquía y libertinaje.

Hay, dichosamente, en nuestra patria voluntad sincera de parte de la Iglesia y de parte del Estado, para adelantar en la solución ordenada del problema social, voluntad que con mayor o menor perfección alientan asimismo nuestros partidos políticos. La legislación en materias sociales ha progresado bastante. No vamos a reseñar siquiera las varias leyes de carácter social o conexo con las sociales, que se han dictado en los últimos años. Y he aquí un fenómeno digno de observación: no se han producido reacciones organizadas en contra de aquella legislación, índice evidente de que los elementos sociales afectados por esas reformas están animados de no poca sinceridad y comprensión social. No hemos llegado a la perfección ni en cuanto a las leyes sociales ni en cuanto a la aplicación de las mismas, pero marchamos con paso seguro en el camino de las soluciones definitivas. En el estado actual de nuestra evolución política, social y económica esto significa mucho.

Hace algunos años apareció en nuestra arena política la organización comunista, que desgraciadamente ha reclutado bastantes adeptos, no obstante la impugnación sistemática que de los principios comunistas ha hecho la Iglesia en su predicación. Su obra ha sido eminentemente política, y en cuanto dice relación al mejoramiento social efectivo, negativa. Han enarbolado, como señuelo, la bandera de las reivindicaciones sociales, exponiendo al pueblo las consabidas soluciones simplistas patrocinadas por el comunismo doctrinario, que, puestas en práctica en Rusia, el gran taller de experiencias sociales del comunismo, con todos los recursos sociales y económicos de una gran nación, han dado los tristes resultados por todos conocidos. La experiencia rusa es el supremo y rotundo fracaso de las teorías comunistas. La Iglesia combatirá siempre, por motivos religiosos y sociales, por convicción y sin descanso, al comunismo. Serán los políticos los que lo combatan y venzan en el terreno político.

Razones políticas y de diversas órdenes, en todo caso razones que hasta ahora han encontrado una justificación histórica relativa en las estrecheces y orientaciones del ambiente, explican que no hayan aparecido todavía en nuestro medio agrupaciones políticas que inspirándose integralmente en los criterios de las Encíclicas "Rerum Novarum" y "Quodragesimo Anno ", esto es, en los criterios de la Iglesia, hayan incorporado a su programa o ideología política, con carácter definitivamente concreto, declaraciones programáticas específicas en relación con la cuestión social. No es la Iglesia, no somos nosotros, los llamados a proponer ni mucho menos a impulsar la formación de esas agrupaciones en cuanto son políticas, pero si llegaran a constituirse con esa orientación específica, no habría razón alguna para que los católicos, sin gravamen alguno de conciencia formaran en sus más. En materias estrictamente políticas no tenemos ningún derecho a intervenir, que ese campo es vedado para nosotros, pero no creemos apartamos un punto de la línea de conducta a que estamos ligados en virtud de nuestro ministerio, al pensar que determinadas inquietudes de orden social, que se han acogido a los campamentos comunistas, podrían encontrar su interpretación sana y ortodoxa, y por tanto católica, en otras agrupaciones políticas, nuevas o antiguas, que con desinterés y con la máxima sinceridad quisieran expresar más concretamente sus aspiraciones de mejoramiento social en programas bien definidos.

Resumiendo cuanto hemos venido diciendo acerca de la cuestión social y acerca de su solución, afirmamos que la Iglesia favorece con decisión toda idea sana de mejoramiento social, y que hace y hará de su parte cuanto permitan las circunstancias para impulsar y propulsar ese mejoramiento.

1 comentario:

  1. JJ te felicito por la iniciativa y espero que tengas eco. Aunque no entras en competencia con la pagina el Espíritu del 48, me parece un necesario balance memorial. En el CEDOH-CIHAC hay un informe oficial del segundo año del gobierno del Doctor 40-42 que me imagino conocerás y tiene información muy detallada e interesante. También te recomiendo subir el libro de Albertazzi sobre el 48.

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