domingo, 14 de febrero de 2010

EL PENSAMIENTO SOCIAL CRISTIANO LUIS DEMETRIO TINOCO

PROLOGO


EL PENSAMIENTO SOCIAL CRISTIANO

LUIS DEMETRIO TINOCO



Para conocer, e interpretar con propiedad, los orígenes, las fuentes y los alcances del doctrinarismo social cristiano -mejor aún social católico- que ha tenido tan marcada influencia en el desarrollo de la legislación laboral de Costa Rica y ha constituido factor importante en la historia reciente del país, es preciso remontarse al primer tercio del siglo XIX para recordar los hitos principales de la corriente filosófica y política que condujo a la publicación, a finales del siglo, de la inmortal encíclica De Rerum Novarum; en 1927, del llamado Código Social de Malinas; y en 1931, de la nueva carta pontificia Quadragesimo A nno.

Era deplorable la situación de los trabajadores de talleres y fábricas a. principios de aquel siglo XIX. La utilización de la energía del vapor y de otras fuerzas motrices que los descubrimientos e invenciones de las últimas décadas del siglo XVIII había hecho posibles, trajo como consecuencia la aparición de la gran industria y del sistema del salariado: la tradicional empresa familiar en que trabajadores independientes eran dueños de los productos elaborados en sus talleres domésticos, fue desplazada por la gran fábrica en que los obreros, ya no más dueños del producto de su trabajo, eran remunerados en forma de jornales o salarios fijos por horas laboradas. La invención de las máquinas había acelerado el ritmo de la producción y hecho surgir una era nueva en la historia económica y social de la humanidad. El maquinismo, la gran industria, la concentración de la riqueza, habían engendrado a la vez al capitalismo y al salariado. Aquél, con su fe absoluta en las bondades de la ley de la oferta y la demanda y en la libertad de contratación, como medios eficaces de corregir desequilibrios y desigualdades injustas en el llamado 'mercado de trabajo'; éste, con el sentimiento indefinido de protesta no exteriorizada por la lucha desigual a que se le obligaba en aquel momento en que las máquinas desplazaban a los hombres en la producción de bienes y servicios, y creaban una oferta extraordinaria de brazos, con la secuela inevitable de baja de los salarios a niveles inhumanamente reducidos. Aquella era una lucha desigual en que fatalmente vencía el más fuerte. Y el más fuerte era la empresa de accionistas anónimos, que debía esforzarse por abaratar sus costos de producción para competir sin desventaja con sus rivales, y obtener ganancias que hicieran halagadora la inversión en sus títulos.

Los estragos del régimen que había creado la libertad sin límites de la contratación de la fuerza de trabajo, como concepto generador del nuevo régimen económico y social que surgía de la revolución en las industrias producida por las máquinas en que se ponía toda esperanza para el progreso y el bienestar de las sociedades, comenzaron a ser perceptibles a los sociólogos y pensadores al finalizar el primer tercio de aquel siglo XIX. "Vivir, para el obrero de Nantes, escribía en 1835 el doctor Guépin, no es más que morir: fuera del mendrugo de pan que ha de alimentarle a él y a su familia. . . no aspira a nada, no espera nada." En tanto que VilIeneuve-Bargemont, en su obra Economie politique chrétienne, publicada en 1834, protestaba en términos enérgicos contra el excesivo afán de ganancias de los empresarios y la indiferencia del Estado:

"La industria manufacturera sólo se preocupa por producir con provecho, con abundancia y por poco precio, de manera que hombres y máquinas han de funcionar 10 más barato posible. Qué les importan a los empresarios la edad, la fuerza, la moralidad, la inteligencia de los hombres-máquinas?"

Pero ya desde antes, pensadores y dirigentes católicos protestaban por el sistema y los problemas sociales a que había conducido la concepción individualista de la escuela manchesteriana de Adam Smith y Juan Bautista Say, y quizás el más notable de aquellos, Charles De Coux, escribía en 1830 en su periódico A venir:

"Todos los problemas que dependen de la economía política se han resuelto en un sentido anti-católico. Como la economía política es, en realidad, la teología de los intereses materiales, los cristianos la han desdeñado o la han abandonado. . . No se piensa más que en la producción de riquezas, sin preocuparse de su distribución, con el resultado de una gran concentración de riquezas en manos de unos pocos hombres que trafican con los sudores del pobre y especulan con su hambre. . . Así se ha enriquecido la clase de los mercaderes del trabajo a expensas de los vendedores de trabajo... "

Y en su discurso de apertura del curso de Economía Política que dictaba en la Universidad de París, decía en 1832:

"En las consecuencias prácticas para la vida de los pueblos, el catolicismo es el más admirable sistema de economía social que se haya dado en la tierra. . . El catolicismo lucha ahora con la aristocracia del dinero, como lo hizo antes con la aristocracia de la tierra; y así como acabó con ésta en la Edad Media, acabará con aquélla en el porvenir. . .

Otro de los grandes pensadores católicos de aquella época triste, el conde de Montalembert, pedía en 1839 la intervención del Estado para poner fin a la situación social engendrada por el liberalismo económico:

"Volví a ver con un triple horror estas ciudades espantosas en donde se instala y pulula una población sin fe, sin recursos, mil veces más esclavizada y denigrada de lo que pudo serio en la Edad Media; en donde algunos industriales ávidos de riqueza explotan por el mínimo salario posible, la vida y las fuerzas de una inmensa masa de hombres, mujeres y niños, a quienes no se da, a cambio de sus sudores, ni consuelo religioso, ni seguridad para la vejez o la enfermedad, ni siquiera el aire puro para respirar en sus repugnantes fábricas. . . "

En tanto que el abate Lamennais escribía un opúsculo sobre La esclavitud moderna, y el Obispo de Annecy, en la Alta Saboya, decía en 1845 a su soberano el rey de Cerdeña:

"Los desarrollos de la industria han producido abusos tan odiosos, que es preciso remontarse hasta el paganismo para hallar semejante dureza y semejante desprecio por los principios de humanidad. "

A las críticas de los pensadores, siguieron las primeras tentativas de lograr, con la intervención del Estado, mejores condiciones para el trabajador en sus relaciones laborales. "Creo -dice el orador Lacordaire, de la Orden de Santo Domingo, en 1848-, que la despreocupación absoluta trae el abandono del débil en manos del fuerte"; y condenando las ideas del liberalismo económico, pide la protección por medio de leyes del trabajador abandonado al libre juego de las leyes de la oferta y la demanda. Mientras que Ozanam, formado en la doctrina de los grandes doctores de la Edad Media, adelantándose a los tiempos, escribe el 8 de marzo de aquel mismo año: "Detrás de la revolución política, hay una revolución social. . . hay problemas que interesan al pueblo y por los cuales se ha armado: los problemas de trabajo, de salario, del descanso. . .y de ellos no podemos desinteresamos". Expresa la esperanza de que se asegure al trabajador su retiro para que mire con tranquilidad el día en que su fuerza vital tiene que cesar; de que el Estado intervenga para lograr una organización en que los obreros sean los casi-asociados de los patronos, de que la Iglesia salga de sus templos para construir la ciudad de la tierra a ejemplo de la ciudad del cielo; y de esa manera la cuestión social, que nació del choque violento entre la opulencia y la pobreza y constituyó el origen de la lucha entre las dos clases, la lucha entre el poder del oro y el poder de la desesperación, pueda alcanzar una solución pacífica y armoniosa basada en los principios imperecederos de la justicia social cristiana.

Coetáneamente con los sociólogos y pensadores católicos que así combatían la injusticia y los abusos producidos en la sociedad europea por la instauración del liberalismo económico manchesteriano y la adopción de los principios individualistas proclamados por la Revolución de 1789, otros economistas y filósofos no vinculados con la Iglesia Católica ni con su doctrina, proclamaban como única solución viable y definitiva de los problemas creados por el industrialismo capitalista, la reestructuración desde sus bases del sistema político-jurídico-social establecido a lo largo de los siglos en las naciones que forjaron su identidad y modelaron su ideología en el marco de las enseñanzas de Cristo, los principios de la filosofía y las artes de Grecia y las normas jurídicas de la República y el imperio romanos: abolición de los regímenes de propiedad privada y transmisión hereditaria de los bienes; colectivización de la tierra, las instalaciones industriales y los demás instrumentos de producción; sustitución, en suma, de la sociedad actual de diversos estratos o clases, por una sociedad totalmente igualitaria en cuanto no habría diferencias de clase por pertenecer todos sus miembros a la clase única de trabajadores. El filósofo francés Proudhon, de un lado, con su obra ¿Qué es la propiedad?, publicada en 1840; y los sociólogos economistas alemanes Marx y Engels, del otro, con el Manifiesto Comunista a que dieron publicidad en 1848, se constituyeron en los paladines de los escritores y de los movimientos populares que propugnaron desde entonces la necesidad de que los trabajadores se apoderasen por medios violentos del poder público para transformar desde ahí la estructura social actual y construir la nueva sociedad en que reinarían la paz social y la igualdad plena de los hombres.

Con propósitos finales divergentes, aunque partiendo de bases iguales de crítica dura a la organización económica existente y a sus consecuencias de distribución inequitativa de los bienes producidos y de la renta nacional, el movimiento social cristiano-democrático y reformista, se enfrentó también desde entonces a los movimientos y a las tesis marxistas, lo mismo que a los grupos anarquistas de Proudhon y sus seguidores. En contra del pesimismo de éstos sobre la posibilidad de reformas no destructivas de la sociedad existente, que condujeran a las clases trabajadoras a un sistema en donde sus condiciones de vida correspondieran a la dignidad humana de sus miembros, con regulación de los días y horas de trabajo, la regulación de éste, la protección estatal en las épocas difíciles de la vida, diferentes escuelas católicas de pensamiento formularon sus programas y postulados de reforma social sobre la certeza de que las sociedades humanas poseen fuerzas y energías suficientes para alcanzar situaciones de mejor comprensión entre los hombres y construir sistemas de organización económica y relaciones obrero-patronales más conformes a los principios cristianos de justicia distributiva.

Mientras Marx pensaba en términos de revolución, insistiendo en que la misión del proletariado era libertarse por sí mismo del orden social existente, y declarando en 1843 que la negación del derecho de propiedad era el camino único de salvación, el Obispo de Maguncia Monseñor Ketteler, presentaba un programa de reivindicaciones sociales de los trabajadores: mejores salarios, menores horas de trabajo, días de descanso pagados, restablecimiento, en otros aspectos de las relaciones obrero-patronales, del orden inmanente de la justicia distributiva. Mientras Marx abogaba en 1848, desde las páginas de la Nueva Revista Renana que publicaba en Colonia bajo su dirección, por la creación de un terror revolucionario "para abreviar y concentrar las agonías odiosas y mortales de la sociedad", y el abandono del concepto de libertad como un ideal burgués que impide al proletariado avanzar hacia la meta de sus reivindicaciones, el jefe del movimiento católico social de Austria. Vogelsand, pugnaba por la intervención del Estado y de la Iglesia en la vida política, social y económica de la Nación para contrarrestar la tiranía del capitalismo.

Marchaban por vertientes distintas, aunque tuvieran algunos puntos de contacto, la doctrina comunista y la doctrina social católica, duras ambas en sus luchas contra la doctrina liberal, opuestas diametralmente en sus metas o propósitos últimos.

"El liberalismo, dijo alguna vez el conde de Mun, de la escuela católica de Lieja, es un régimen funesto considerado bajo el aspecto religioso, porque está basado en las máximas de los enciclopedistas que reprueban la conciencia cristiana. Es un régimen condenado por la filosofía cristiana porque, como el comunismo. . . no reconoce otro móvil de la actividad humana que... la satisfacción de intereses materiales: es un régimen funesto. . . considerado bajo el aspecto económico, porque entraña. .. todos los abusos de la libre concurrencia, todos los excesos de una desenfrenada competencia, todos los sufrimientos que acarrea una especulación que no se reduce a ser el estímulo necesario de la actividad comercial, sino que se convierte en el objetivo único de todas las transacciones, en el medio fácil de alcanzar las ansiadas riquezas. . . "

Para terminar diciendo, quizás en la mejor definición programática de los movimientos social-cristianos:

"Rechazamos por igual al liberalismo anticristiano y al socialismo del Estado: nosotros no queremos para el poder público ni la indiferencia y la abdicación de su deber social, ni el despotismo que le permita absorber en sus manos todas las fuerzas vivas de la nación. . . En el conjunto de nuestras reivindicaciones aspiramos a asegurar al pueblo el disfrute de sus derechos esenciales, desconocidos hoy por el régimen individualista; la representación legal de sus intereses y de sus necesidades; la preservación del hogar y de la vida de familia. la posibilidad de que cada uno pueda vivir y mantener a los suyos con el producto de su trabajo, con algunas garantías que lo liberen del azar y de la inseguridad que destrozan su vida con los accidentes, las enfermedades, el paro o la vejez; la facultad de poder participar de los beneficios y aun de la propiedad de las empresas a que presta el concurso de su trabajo; y por último, la protección contra el agiotaje y la especulación que agotan los ahorros del pueblo y lo condenan a la indigencia. . . "

El tema apasionaba a pensadores y sociólogos católicos del último cuarto del siglo XIX. El marqués De la Tour du Pin, de la Escuela de los Reformistas Católicos, concretó en su obra Jalons de route vers un ordre social chrétien, los fundamentos filosóficos y los ideales doctrinarios del movimiento:

"El hombre, ser social destinado a vivir en sociedad, es un ser histórico en el sentido de que sufre la repercusión, no sólo del vivir de sus contemporáneos, sino también del de sus antepasados. Hay que tomarlo tal cual es y no tal como quisiéramos que fuese. Para hacerla tal como quisiéramos que fuese. . . es preciso imponerle un régimen moral e instituir una organización social adecuada a su dignidad y a su persona. . . La desorganización social es consecuencia del individualismo, pues el obrero, sin consideración a su dignidad humana, es considerado como una herramienta. . . Aislado, abandonado a sí mismo, sin protección legal, sin propiedad, sin recursos, está a merced del patrono, que mantiene sobre él un dominio económico. . . El régimen de la libertad de trabajo. . . la competencia que es el alma del régimen, y la ley de la oferta y la demanda, que condiciona el beneficio, hacen que el patrono procure la rebaja de salarios sin tener en cuenta las necesidades vitales del obrero. Los intereses de quienes participan en la producción, en vez de ser solidarios, son opuestos. . . Al hombre abstracto de la Declaración de los Derechos (de 1789), hay que oponer el hombre real, histórico, encuadrado en la familia, en el municipio, en el oficio. . . El liberalismo ha engendrado el socialismo, por la lógica de sus principios y por reacción contra sus prácticas. Ante esta situación, los católicos deben intervenir para aportar sus ideales de justicia. Aceptar lo que pueda haber de justo en las reivindicaciones del socialismo, no es abrir la puerta a lo que éstas tienen de excesivo; rehuir el conocimiento de los problemas sociales o mostrarse impotentes para resolverlos, es hacer el juego a la revolución social en vez de disputarle el terreno. . . "

Los Pontífices romanos se habían limitado hasta entonces a condenar los errores del comunismo de Carlos Marx y del anarquismo de Bakunin. La elección de León XIII en 1878 trae un cambio fundamental en la política de la Santa Sede, que durante toda la época anterior había mantenido una posición más bien defensiva, refutando los errores pero sin ofrecer soluciones o alternativas. Con León XIII se inicia un cambio profundo en la exposición de la doctrina política y social de la Iglesia. Los documentos papales, en adelante, refutarán los pronunciamientos erróneos, pero llevarán a la vez al medio social y político la concepción católica sobre el tema en cuestión. El Santo Padre y sus consejeros áulico s abordaron el estudio del gran problema de la época; y poco después de la publicación de la encíclica Quod Apostolici Muneris el 28 de diciembre de 1878, de condenatoria al socialismo, se constituyó en Roma un Comité Intimo de laicos y seglares, que al trasladar su sede en 1885 a la ciudad de Friburgo, en Suiza, se convirtió en la Unión Internacional de Estudios Sociales, y dirigió a Su Santidad en forma oficial las tesis aprobadas por el grupo escogido de eminentes pensadores católicos que la formaban:

"El manantial de los errores fundamentales del régimen económico moderno -dicen- es el falso concepto que se tiene del hombre, de su origen, de su naturaleza y de su fin. El individualismo absoluto, que no tiene cuenta con los deberes para con Dios y el prójimo, es la base de la vida social actual, y al egoísmo se le mira como al motor de toda la actividad económica. De aquí dos consecuencias paralelas: los hombres ya no tienen la noción de la justicia que debería regular las relaciones mutuas; el estado normal de las relaciones económicas es la lucha por la vida, en la que el derecho del más fuerte es las más de las veces el único árbitro. . . Asegurar a los trabajadores, a la mujer y al hijo del obrero, y a todos aquellos que comen el pan con el sudor de su frente, la protección a que tienen derecho, para su cuerpo, para su alma, para su familia y con esto preparar el apaciguamiento de las discordias civiles, es el fin que asignamos a nuestros trabajos. . .

El ambiente estaba preparado. Los estudios y trabajos requeridos para sustentar el pronunciamiento del Vicario de Cristo habían sido concluidos. La cristiandad esperaba ansiosa la voz que habría de afirmar con su autoridad suprema la doctrina social de la Iglesia. El 15 de mayo de 1891, León XIII conmovió al mundo con su inmortal Encíclica sobre la Condición de los Obreros, conocida también como De Rerum Novarum, que fue calificada durante los primeros años de su publicación como la Encíclica Revolucionaria por muchos que consideraban impropia de la labor encomendada a la Iglesia toda ingerencia en asuntos de orden temporal, y por otros que temían el efecto que produciría el hecho de que el Santo Padre, jefe espiritual de millones de hombres, colocase el peso de su autoridad en favor de la causa que luchaba por obtener mejores condiciones para los trabajadores, y consideraban peligrosas sus palabras:

"Es difícil realmente -se dice al comienzo no más de la Encíclica-, determinar los derechos y deberes dentro de los cuales hayan de mantenerse los ricos y los proletarios, los que aportan el capital y los que ponen el trabajo. . . Sea de ello lo que quiera, vemos claramente. . . que es urgente proveer de la manera oportuna al bien de las gentes de condición humilde, pues es mayoría la que se debate indecorosamente en una situación miserable y calamitosa, ya que, disueltos en el pasado siglo, los antiguos gremios de artesanos, sin ningún apoyo que viniera a llenar su vacío. . ., el tiempo fue insensiblemente entregando a los obreros, solitarios e indefensos, a la inhumanidad de los empresarios y a la desenfrenada codicia de los competidores. Hizo aumentar el mal la voraz usura, que, reiteradamente condenada por la autoridad de la Iglesia, es practicada, no obstante, por hombres codiciosos y avaros bajo una apariencia distinta. Añádase a esto que no sólo la contratación del trabajo sino también las relaciones comerciales de toda índole se hallan sometidas al poder de unos pocos, hasta el punto de que un número sumamente reducido de opulentos y adinerados ha impuesto poco menos que el yugo de la esclavitud a una muchedumbre infinita de proletarios. Para solucionar este mal, los socialistas, atizando el odio de los indigentes contra los ricos, tratan de acabar con la propiedad privada de los bienes, estimando mejor que, en su lugar, todos los bienes sean comunes y administrados por las personas que rigen el municipio o gobiernan la nación. . . "

Y luego continúa exponiendo los conceptos que constituyen la base de la doctrina social católica o del cristianismo social: "... La Iglesia. . . quiere y desea ardientemente que los pensamientos y las fuerzas de todos los órdenes sociales se alíen con la finalidad de mirar por el bien de la causa obrera de la mejor manera posible, y estima que a tal fin deben orientarse, si bien con justicia y moderación, las mismas leyes y la autoridad del Estado. . . Establézcase, por tanto, en primer lugar, que debe ser respetada la condición humana. . . Es mal capital, en la cuestión que estamos tratando, suponer que una clase social sea espontáneamente enemiga de la otra, como si la naturaleza hubiera dispuesto a los ricos y a los pobres para combatirse mutuamente en un perpetuo duelo. Por el contrario, es lo más cierto que. . . ha dispuesto la naturaleza que, en la sociedad humana, dichas clases gemelas concuerden armónicamente y se ajusten para lograr el equilibrio. Ambas se necesitan en absoluto: ni el capital puede subsistir sin el trabajo, ni el trabajo sin el capital. .. Toda la doctrina de la religión cristiana, de la cual es intérprete y custodio la Iglesia, puede. . . arreglar entre si y unir a los ricos con los proletarios, llamando a ambas clases al cumplimiento de sus deberes respectivos, y ante todo, a los deberes de justicia. . . Estos son los deberes de los ricos y patronos: no considerar a los obreros como esclavos; respetar en ellos, como es justo, la dignidad de la persona. . . Dar a cada uno lo que es justo. . . teniendo presente los ricos y patronos en general que oprimir para su lucro a los necesitados y a los desvalidos, y buscar su ganancia en la pobreza ajena, no lo permiten ni las leyes divinas ni las humanas; y defraudar a alguien en el salario debido es un gran crimen que llama a voces las iras vengadoras del cielo. .. Poseer bienes en privado. .. es derecho natural del hombre; y usar de este derecho, sobre todo en lo sociedad de la vida, no sólo es licito sino también necesario. . . No se ha de pensar que todos los desvelos de la Iglesia estén tan fijos en el cuidado de las almas, que se olvide de lo que atañe a la vida mortal y terrena... En relación con los proletarios, quiere y se esfuerza en que salgan de su misérrimo estado y

logren una mejor situación. . . No es justo que ni el individuo ni lo familia sean absorbidos por el Estado. .. Los proletarios son por naturaleza partes verdaderas y vivientes que, a través de la familia, integran el cuerpo de lo nación, y en toda nación son inmensa mayoría. .. Por consiguiente. .. los desvelos públicos han de prestar los debidos cuidados a la salvación y al bienestar de lo clase proletaria. . . Hay muchas cosas en el obrero que se han de tutelar con la protección del Estado. . . "

Las palabras de León XIII implicaban el abandono de la política tradicional de la Iglesia, de mantenerse al margen de los conflictos de los hombres, preocupándose tan sólo de sus bienes espirituales, trascendentes. Significaba un apoyo a la intervención del Estado para restablecer el imperio de la equidad cuando la prepotencia de los patronos rompía esa equidad y colocaba al trabajador en situación de verse obligado a aceptar condiciones injustas en sus relaciones de trabajo; y señalaba a los católicos las normas de justicia que debían adoptar y el programa por el que debían luchar. El impacto de las palabras del Vicario de Jesús fue inmediato, no sólo para el momento en que se vivía en 1891, sino también para los que desde entonces le siguieron.

La memorable Encíclica fue recibida en Costa Rica en la última mitad del mismo año de su publicación, pero no fue conocida sino por el muy reducido número de lectores de la revista eclesiástica El Mensajero del Clero, en la que fue reproducida por entregas durante los meses de aquel mismo año 1891, siendo Presidente de la República el Licenciado don José Joaquín Rodríguez y obispo de la diócesis Monseñor Bernardo Augusto Thiel. Pero, al contrario de lo sucedido en los países europeos y en las naciones de mayor tradición cultural de América, en los que produjo el efecto de un aire nuevo y refrescante y fue acogida y comentada con entusiasmo en los círculos de estudios sociales, discutida y criticada en otros foros de espíritu más tradicionalista y conservador, y repartida por todos lados en centenares de miles de ejemplares, en Costa Rica se leyó con indiferencia y pasó desapercibida en forma que aún después de cincuenta años de su aparición era muy escaso el número de personas que aquí la hubiesen leído. La Universidad Pontificia de Santo Tomás había sido clausurada pocos años antes, y el Colegio de Abogados -único centro de debates sobre temas filosóficos se ocupaba de otras materias como el liberalismo político, la masonería, la enseñanza religiosa en las escuelas, el laicismo en los centros de enseñanza y otros temas semejantes.

No es de extrañar por eso que en el Programa que el Partido Unión Católica se proponía desarrollar en el gobierno si alcanzara el triunfo en las urnas electorales, aprobado el 30 de setiembre de 1893, no se hace mención alguna de la renombrada Encíclica del 15 de mayo de 1891, ni de los principios doctrinarios de la Iglesia en materias sociales que en ella se acogen. No obstante su lema de Libertad y Justicia, en los nueve artículos de su Programa Político, la Unión Católica se refiere exclusivamente a las relaciones del Gobierno con la Iglesia Católica, a la que promete "dejar en el completo goce de su libertad, sin restricciones odiosas"; a la enseñanza pública, que "arreglará. . . armonizándola con las libres y legítimas aspiraciones de los padres de familia"; y a siete temas de orden común y administrativo: pagar la deuda interior del Estado, limitar la acuñación de monedas de plata, establecer el talón de oro, mantener en buen estado las carreteras de Cartago a Puntarenas, de San José a Puriscal y a San Marcos, de Alajuela a los bajos de San Carlos, pasando por Grecia, Naranjo y San Ramón; expeditar (sic) las vías de comunicación con el Departamento de Guanacaste; protegerla cría de ganados "para procurar que ésta llegue a poder satisfacer por sí sola a las necesidades del país"; proteger la industria nacional -sastrería, zapatería, carpintería, talabartería, y otras,- "evitando gravar inconsideradamente los intereses generales del pueblo y de la clase media"; y llevar a su término las obras emprendidas "por la actual Administración" .

Brillaba por su ausencia en el Programa, no obstante haber sido formulado en los años últimos del siglo XIX, hasta el más débil eco del pensamiento católico sobre los problemas sociales a que había dado acogida franca el Sumo Pontífice en su Encíclica del día del patrono de los labradores del año 1891.

Pocos días antes de ese mismo mes de setiembre de 1893, sin embargo, el Obispo de la Diócesis, el ilustre y estudioso Monseñor Thiel, tomó pie de la Encíclica imperecedera, para su Trigésima Carta Pastoral, fechada el 5 de setiembre referido y publicada en el Eco Católico del día 9 de ese mes, "sobre el justo salario de los jornaleros y artesanos y otros puntos de actualidad que se relacionan con la situación de los destituidos de bienes de fortuna".

"La situación económica de Costa Rica es verdaderamente alarmante, debido a la baja tan grande que ha sufrido el valor del dinero en los últimos años, dijo el señor Obispo, agregando: las consecuencias de esta baja han pesado hasta ahora más sensiblemente sobre la clase trabajadora. los peones y artesanos, y sobre los pequeños empleados. Se ha provocado una miseria como nunca se ha visto en Costa Rica.

. . .La causa de esto es que el justo jornal del trabajador no ha sido aumentado en proporción a la baja del valor del dinero; de modo que el peón que hace diez años tenía con su jornal lo suficiente para mantener decentemente una familia, ahora no lo puede.

La tendencia a la alza que tienen las letras de cambio, provoca cada día una baja mayor del valor de la moneda, y por consiguiente, aumentan las necesidades sociales.

De allí tienen que originarse males incalculables, porque el sentimiento de justicia, que nos es innato, se rebela naturalmente en /os pobres, contra las injusticias sociales que sufren, y cuyo origen no saben muchas veces explicarse; de donde viene que se llenen paulatinamente de encono contra las personas que todo lo tienen en abundancia, y llegados los males a su colmo, podría provocarse un trastorno general de fatales consecuencias.

. . .EI justo salario del operario consiste, según la definición que Nuestro Santo Padre León XIII ha dado en su encíclica Rerum Novarum, en aquel que es suficiente para dar al operario lo necesario para la decente manutención de su vida y familia.



Para que se comprenda la verdad de nuestra aserción, es preciso hacer un poco de historia. .

Hace diez años aproximadamente ganaban nuestros trabajadores y artesanos un sueldo con que podían decentemente mantener sus obligaciones. El sueldo era menor que ahora. Un peón en el campo ganaba seis reales diarios, en la ciudad un peso. Los artesanos, como zapateros, sastres, carpinteros, albañiles, etc., ganaban más, en proporción a su habilidad y destreza. No obstante, aunque el sueldo era menor, podían comprar más con su dinero en alimentos y vestidos y otras necesidades de la vida, que ahora no pueden hacer con el sueldo que ganan.

Sin embargo, no queremos culpar a nadie de la situación actual. Ha habido falta de previsión y de cálculo. El mal se ha presentado sin que ninguno haya estudiado bien su causa y tomado medidas eficaces para conjurarlo.

La situación actual ha sido ruinosa para los trabajadores y para todas las personas que viven de un sueldo fijo y los capitalistas que han perdido la mitad del valor de sus capitales.

Pasemos ahora a algunas reflexiones morales.

-Como la Iglesia tiene el deber de enseñar la moral sana y verdadera, a Ella toca también enseñar lo que la justicia distributiva reclama, porque esta virtud es la más necesaria y fundamental para la buena marcha de la sociedad. Por lo mismo, cuanto arriba expusimos deben enseñar los señores Curas a sus feligreses para que todos comprendan su obligación: los ricos y los propietarios de tierras para que entiendan bien lo que han de pagar en justicia a sus trabajadores y a los artesanos, y éstos para que comprendan lo que pueden exigir en justicia.

Conviene tener presente, para determinar la doctrina del jornal justo, las enseñanzas de Nuestro Santísimo Padre León XIII, publicadas en su Encíclica sobre la condición de los obreros, del 15 de Mayo de 1891: "Dícese que la cantidad de jornal o salario la determina el consentimiento libre de los contratantes, es decir, del amo y del obrero; y que por 10 tanto, cuando el amo ha pagado el salario que prometió queda libre y nada más tiene que hacer; y que sólo entonces se viola la justicia, cuando, o rehúsa el amo dar el salario entero o el obrero entregar completa la tarea a que se obligó; y que en estos casos, para que a cada uno se guarde su derecho, puede la autoridad pública intervenir; pero fuera de éstos en ninguno. A este modo de argumentar no asentirá fácilmente, ni del todo, quien juzgue de las cosas con equidad; porque no es cabal en todas sus partes y fáltale una razón de muchísimo peso. Esta es que el trabajo no es otra cosa que el ejercicio de la propia actividad, enderezado a la adquisición de aquellas cosas que son necesarias para los varios usos de la vida, y principalmente para la propia conservación. Tiene, pues, el trabajo humano dos cualidades que en él puso la naturaleza misma: la primera, que es personal porque la fuerza con que se trabaja es inherente a la persona, y enteramente propia de aquel que con ella trabaja y para utilidad de él se la dio la naturaleza; la segunda, que es necesario, porque del fruto de su trabajo necesita el hombre para sustentar la vida, y sustentar la vida es deber primario natural que no hay más remedio que cumplir.

"Ahora, pues, si se considera el trabajo solamente en cuanto es personal, no hay duda que está en libertad el obrero de pactar por su trabajo un salario más corto, porque como de su voluntad pone el trabajo, de su voluntad puede contentarse con un salario corto, aun con ninguno. Pero de muy distinto modo se habrá de juzgar si a la cualidad de personal se junta la de necesario, cualidad que podrá con el entendimiento separarse de la personalidad, pero que en realidad de verdad nunca está de ella separada.

"Efectivamente; sustentar la vida es deber común a todos y a cada uno, y faltar a este deber es un crimen. De aquí, necesariamente nace el derecho de procurarse aquellas cosas que son menester para sustentar la vida, y estas cosas no las hallan los pobres sino ganando un jornal con su trabajo...

Finalmente, en cuanto a los revendedores de productos de primera necesidad, nos permitimos exponeros lo siguiente:

Anteriormente, como es bien sabido, el cosechero llevaba su cosecha directamente al mercado. Hoy se ocupan cierto número de personas en ir directamente a los cosecheros o productores, compran a ellos los productos que tengan y los llevan por su propia cuenta al mercado.

En parte se ha hecho un bien de esta manera. El productor goza de la ventaja de no tener que ocuparse ni en la llevada ni en la venta de sus productos; el consumidor encuentra más seguro 10 que necesita, pero también tiene que pagar más que antes; y lo que principalmente es pernicioso, los revendedores tienen en sus manos los medios de subir los precios de los artículos de primera necesidad a su antojo. El que más sufre por esto, es de nuevo el trabajador y el artesano.

Debe, pues, la autoridad tomar medidas serias para que se corten los abusos de este sistema, nombrando una comisión de personas inteligentes y rectas que teniendo en cuenta el valor del dinero, los gastos de acarreo y la ganancia equitativa del comerciante, fijen siempre los precios de los artículos de primera necesidad.

Las cuestiones que acabamos de tocar en esta carta pastoral, son de actualidad y su solución es urgente. Deseamos que todos los hombres de bien las estudien y busquen los medios de aliviar ante todo la triste situación de los jornaleros, artesanos y asalariados.

Con un poco de buena voluntad de parte de los pudientes, todo se remedia y se evitarán complicaciones graves que el porvenir nos traerá de seguro.

Según la doctrina de la Iglesia, expresada por León XIII, los llamados a poner remedio a los males, son los gobernantes y los mismos interesados.

El arreglo del justo salario es, en primer lugar, cosa de los amos y trabajadores; sin embargo, la autoridad civil no debe del todo quedarse indiferente en cuestión tan importante. Su misión es la de auxiliar, favorecer y proteger especialmente al necesitado, y con buenas leyes y disposiciones evitar cualquier abuso.

Y si el auxilio de la autoridad civil es insuficiente para remediar los males, los obreros y artesanos tienen el derecho de formar entre ellos sus propias asociaciones y juntar sus fuerzas de modo que puedan animosamente libertarse de la injusta e intolerable opresión.

Respecto de estas sociedades que se forman, dice Su Santidad: aunque estas sociedades privadas existen dentro de la sociedad civil y que son de ella como otras tantas partes, sin embargo de suyo y en general no tiene el Estado o autoridad pública poder para prohibir que existan. Porque el derecho de formar tales sociedades privadas es derecho natural al hombre, y la sociedad civil ha sido instituida para defender y no para aniquilar el derecho natural.

La Iglesia no enseña al hombre cruzar los brazos y aguardar el auxilio de otra parte sin moverse, sumergido en apática resignación, sino que Ella nos enseña a trabajar activamente buscando los medios para remediar los males. Ayúdate y Dios te ayudará, dice el proverbio cristiano.

Quiera el cielo bendecir nuestras palabras para que produzcan el bien que deseamos, ante todo a los destituidos de riquezas. Que las experiencias económicas, hechas en estos últimos años, abran los ojos a las personas influyentes para que estudien y apliquen, de mejor modo que lo han hecho hasta ahora, las medidas que deben adaptarse para preparar un porvenir más feliz a la nación, tomando por lema este principio: cuando más distribuida esté la riqueza nacional, tanto más prosperará la nación. Pero si sucediera, lo que Dios no permita, que continúe el estado actual de las cosas, dentro de algunos años veremos entre nosotros unos pocos ricos, dueños de la mayor parte de la tierra cultivable, y a su lodo una inmensa mayoría de proletarios, sin industria ninguna, reducidos a la triste suerte de esclavos.

La Trigésima Carta Pastoral de Monseñor Thiel produjo honda conmoción, no en

los círculos de intelectuales o de trabajadores, carentes estos últimos de centros de reunión y estudio, interesados aquellos en el conocimiento y el debate de otros temas de índole filosófica, sino en los círculos oficiales y empresariales. Por vez primera se osaba externar, y nada menos que por la autoridad eclesiástica de más alta jerarquía, la posibilidad de que el Estado asumiese la función de fijar los salarios, y los trabajadores formasen asociaciones para la defensa de sus intereses comunes, con el consiguiente abandono de la fe que ponían aquellos gobernantes de formación y criterio liberales en la saludable acción de la ley de la oferta y la demanda. Las enseñanzas de Zambrana y de Montúfar no podían ser tiradas por la borda, mientras gobernara el grupo político, de vigorosa mentalidad, que los reconocía como maestros en el conocimiento de la teoría liberal individualista. La reacción no se hizo esperar. Con fecha 14 de setiembre de aquel año 1893, el Secretario de Estado en el Despacho de Relaciones Exteriores, Beneficencia y Culto, dirigió al señor Obispo Thiel una enérgica nota de protesta:

"Con motivo de la última Pastoral de Usted -dice el Secretario de Estado en el Despacho de Culto- expedida el5 del comente y publicada en el Eco Católico No. 280, fecha de este mes, el señor Presidente de la República, de acuerdo con el Consejo de Gobierno, me ha dado instrucciones para manifestar a Usted que el Poder Ejecutivo, en el-imprescindible deber de conservar íntegros los fueros de la Autoridad Civil y de mantener el orden y la tranquilidad de los pueblos, se ve en la necesidad de llamar seriamente la atención hacia el procedimiento empleado por Usted dando publicidad a su citada Pastoral... sobre doctrinas tan erróneas como la de que la autoridad debe fijar el precio de los salarios de los trabajadores, tan antieconómica como la de que establezca los valores de los artículos de primera necesidad, tan inconvenientes como la de excitar a los obreros y artesanos a formar entre ellos sus propias asociaciones y juntar sus fuerzas de modo que puedan animosamente libertarse de la injusta e intolerable opresión que supone en los patrones. Estas doctrinas - agrega - pueden dar por resultado, por las tendencias socialistas que entrañan, profundas perturbaciones en la marcha de los intereses recíprocos de la propiedad y el trabajo, y no se compadecen con la misión conciliadora del Pastor. En consecuencia, el Gobierno espera de Usted que, en cumplimiento de estrictas disposiciones legales, en adelante no dé publicidad a ningún documento sujeto al "pase" respectivo, sin llenar previamente esta formalidad, y confía a la vez que Usted, por todos los medios que para el fin juzgue eficaces dentro de su esfera de acción, procure que la simiente por Usted esparcida, se recoja oportunamente para que no ocasione los trastornos sociales que está llamada a producir. "

Contestó el Prelado dos días después, en una magistral forma; pero no volvió a tocar en sus Pastorales temas económico-sociales, para no provocar uno más de los numerosos conflictos que se habían suscitado con los gobernantes que se sucedieron después del fallecimiento del presidente Guardia.

El conocimiento y la difusión de la doctrina social cristiana quedaron cortados en agraz.

Se agudizó la campaña política; triunfó en las elecciones primarias la Unión Católica; con ardides y presiones, la Unión Católica fue derrotada en las segundas elecciones, y el candidato del Partido Civil don Rafael Yglesias resultó electo Presidente de la República; se reformó la Constitución Política para que el Presidente Yglesias pudiese ser reelegido en su cargo, como lo fue, de buena o mala manera; murió el Obispo Thiel, se le prodigaron elogios merecidos por los gobernantes y los fieles de su Diócesis; logró el Presidente Yglesias que los grupos mayoritarios de oposición aceptasen la fórmula de un candidato de transacción; y durante ese largo período de nueve años, no se mencionó siquiera una vez la existencia de una doctrina social inspirada en las prédicas y circulares de los Pontífices romanos.

El 16 de setiembre de 1902 pareció señalar el inicio de una nueva era de divulgación de los principios cristianos de solución a los múltiples problemas sociales que se creaban con el desenvolvimiento de la economía costarricense. Circuló ese día, en efecto, un diario con el sugestivo nombre de La Justicia Social, dirigido por el licenciado Matías Trejos, y con un lucido cuerpo de redactores clérigos y laicos de conocida filiación y militancia católicas: los presbíteros Doctor Rafael Otón Castro Jiménez y Doctor Claudio María Volio, el licenciado Carlos María Jiménez Ortiz, el Doctor Rafael Calderón Muñoz, y los señores Luís Barrantes Molina y Manuel Antonio Gallegos Flores. Como Administrador, don Jorge Volio Jiménez, pocos años antes alumno de colegio de segunda enseñanza.

Era un lucido cuerpo de redactores el del nuevo diario, egresados los doctores Castro, Volio y Calderón, así como el licenciado Jiménez, de las grandes universidades católicas de Bélgica e Italia, y experimentados defensores de la causa católica en Costa Rica los señores Trejos, Barrantes y Gallegos. En tanto Jorge Volio compensaba la falta de experiencia y de conocimientos profundos sobre la doctrina social cristiana, que a sus veinte años de edad y sin haber salido del país aun no había podido adquirir, con su extraordinaria actividad y un poco común celo por la formación de grupos de estudio de las enseñanzas de León XIII, en aquellos días de general descreimiento, creciente acatolicismo, y fervor y entusiasmo por los principios de la escuela liberal europea.

Pero en verdad no fue La Justicia Social un órgano de exposición y lucha por la doctrina de la Iglesia, quizás porque el nuevo Pontífice romano, Pío X, sucesor en 1903 de León XIII, quiso dar mayor énfasis a los aspectos espirituales de la vida, y en su encíclica De Motu Proprio, si bien reitera su reconocimiento a los grupos de acción católica ya existentes y recoge los principios fundamentales del orden social cristiano, terminantemente dispone que" la democracia cristiana no debe jamás inmiscuirse en la política", prohibiendo en forma especial a los católicos italianos, "por razones de orden altísimo, que tomaran participación en cualquier acción política en las presentes circunstancias". muy similares éstas a las que existían en Costa Rica.

La Justicia Social dejó de publicarse el 25 de abril de 1904, en que circuló su número 466, "no sin hondo sentimiento", "después de un año y medio de rudo combate contra los enemigos, francos unos, solapados otros, del ideal cristiano". Leoncio Chaves había sucedido a Jorge Volio como administrador desde el número 53 de noviembre de 1902; Matías Trejos había dejado la dirección desde el número 197 de 20 de mayo de 1903. Asumiéndola Rafael Calderón Muñoz desde esa fecha, y conservándola hasta el final de la vida del diario; Otón Castro Jiménez y Luís Barrantes Molina habían dejado de aparecer como redactores, el primero desde el número 139 y el segundo a partir del 150; los otros redactores al retirarse de la dirección don Matías Trejos.

Rafael Calderón Muñoz llevó la mayor parte del peso de aquel diario que aumentó, de cincuenta céntimos a un colón el precio de la suscripción mensual, y tuvo agentes en cincuenta y dos localidades del país, sucumbiendo al fin, aparentemente no por razones financieras, sino por la honda división que se había producido en el clero costarricense con motivo de la vacante producida en la Diócesis al fallecer el Obispo Monseñor Thiel y formarse dos grupos fuertes, en apoyo de un Obispo de nacionalidad costarricense uno en el de uno de los profesores extranjeros del Colegio Seminario, el otro.

Calderón Muñoz, a sus treinta y tantos años de edad, asumía de hecho la jefatura del reducido grupo de intelectuales católicos que luchaban contra las corrientes dieciochescas influenciadas por las nuevas ideas modernistas del siglo XIX-. en condiciones muy difíciles para la Iglesia, en una época quizás la más difícil que se le ha presentado en la historia de sus relaciones con el Estado: el Colegio Seminario, cerrado temporalmente por órdenes del Poder Ejecutivo en los días de la Dictadura, continuaba siendo extorsionado sutilmente; la renovación de sacerdotes de las órdenes extranjeras establecidas, y por consiguiente, del personal del Colegio formador de sacerdotes, estaba prohibida; el establecimiento de nuevas órdenes sagradas, también lo estaba; en las escuelas públicas -casi las únicas existentes-, no se impartía la enseñanza de la Religión. Todo parecía conducir inevitablemente a la estrangulación y el aniquilamiento del catolicismo. "Esta -la escuela laica- matará a aquélla -la Iglesia-" .se afirmaba que repetía un renombrado Ministro de Educación. Pero no se conformaban con esa esperanza los enemigos de la Religión: para precipitar la solución, debía impedirse la presencia y formación de líderes, y por eso se obstaculizaba el ingreso de sacerdotes extranjeros y la formación de sacerdotes nacionales.

La enseñanza y divulgación de la doctrina social católica en esas condiciones era imposible. Su aceptación por dirigentes políticos en esa época en que declararse católico era tabú para los aspirantes a cargos electorales, constituía un sueño de imposible realización. Tanto más en un país, todavía esencialmente conservador en materias económicas. en el que los principios de la encíclica del Papa de los Obreros se consideraban tan revolucionarios o poco menos que los de los más exaltados discípulos de Carlos Marx.

Rafael Calderón Muñoz y e] grupo reducido de intelectuales católicos -sacerdotes algunos laicos otros-, se propusieron lograr en primer término, la derogatoria de las leyes anticatólicas que prohibían el ingreso de sacerdotes o congregaciones religiosas, y excluían la enseñanza de la Religión en las escuelas y colegios del Estado.

La lucha fue larga. y una y otra vez fueron rechazadas por el Congreso de la República las peticiones que se presentaban, apoyadas por centenares de miles de ciudadanos y mujeres. La doctrina liberal estaba bien enraizada en los órganos de la Administración. Continuaban vigentes también los artículos del Código Civil que consideran el contrato de trabajo como un contrato civil de alquiler de servicios, y la ley de 20 de agosto de 1902 que sanciona con multa o arresto hasta por veinticinco días al "peón o sirviente que sin causa justa no prestare los servicios a que está obligado", y duplica "el castigo" si no comenzare a prestar sus servicios o si los interrumpiere antes de haber cancelado su "deuda por trabajo".

Ya por esta época comenzó a manifestarse con mayor vigor un cierto desasosiego social, y un deseo de organización por parte de los trabajadores, quienes habían constituido, poco antes de 1890, un Club Constitucional de Artesanos, "caliente centro de ideas a cuyo ardor quiso ponerse tregua" clausurándolo; y el 15 de setiembre de 1889 inauguraron la Sociedad de Artes y Oficios; el 10 de agosto de 1890 el Gremio de Albañiles, "el primero que entre nosotros queda ya definitivamente formado"; el 8 de setiembre de ese año el Gremio de Carpinteros; el 8 de noviembre siguiente, los Talleres de la Sociedad de Artes y Oficios; y desde ellO de junio del mismo venían publicando como órgano de la Sociedad un periódico semanal bajo el nombre de El Obrero. Ninguna de aquellas organizaciones, ni su periódico plantearon, sin embargo, reivindicaciones sociales, y prohibiéndose, por el contrario, que -en aquellas se plantearan "cuestiones políticas o religiosas", aunque sí se hizo un ferviente llamado a la unión de los trabajadores:

"Compañeros, se dice, la unión hace la fuerza; unidos, todo lo podremos; desunidos, seguiremos siendo como hasta aquí el juguete de aquellos que poseen bastante capital o suficiente astucia para que sirvamos a sus interesados móviles. "

Con la segunda década del siglo XX llegó a Costa Rica "la hora del anarquismo en el mundo... (en la que) las más fuertes juventudes empeñaban el pendón rojo" y llenaban su sed "con el fulgor rojo de aquel fuerte pensamiento demoledor que agitaban los Bakunin, los Kropotkin, los Gorki, Luís Michel y cien príncipes más de la Revolución Social", como diría Omar Dengo en 1923. Se fundó el Centro Obrero Germina1; se discutió con ardor si en Costa Rica existía o no "un problema socialista"; se afirmó que "nuestros gobiernos, por desgracia, poco se preocupan por la suerte del obrero"; y se saludó, por el periódico La Aurora Social, en su edición del 6 de agosto de 1912 "con el febril entusiasmo que tan legalmente nos pertenece en estos casos, el resurgimiento palpable que van tomando en todo el país las clases trabajadoras".

Se comenzó a hablar del proletariado para hacer un haz de todos los grupos de trabajadores; con frases incendiarias se presentaba "al patrón que consume su vigor, como el verdadero enemigo del obrero", y a éste como "el aguerrido soldado del trabajo que sacrifica su grandeza en la conquista de la civilización."

Los acontecimientos que conmovieron a Europa y más tarde al mundo entero, durante los años 1914 a 1919, y los que rompieron en Costa Rica el ritmo político normal en ese mismo período, hicieron que pasara a segundo término la preocupación por incipientes movimientos sociales. Más bien en ese período algún avance se logró al llegar el primer representante artesanal a ocupar una curul de diputado en el año 1919; al proclamarse con voz clara en el Congreso que inició sus sesiones en mayo de ese año, el último de la Administración Tinoco, una nueva concepción del Estado, señalándole fines y funciones que implicaban un rompimiento del molde liberal dentro del cual se venía moviendo el Estado costarricense desde el siglo XIX:

"La principal función del Estado -se afirma en el proyecto de ley presentado por los diputados Lara y Molina para-la creación de un monopolio de seguros en manos de aquél-, es proteger a sus asociados, especialmente a los más débiles, contra el avance de los poderosos. "

Y sobre todo, al darse cabida en la Constitución Política aprobada en junio de 1917, a la disposición que consagra también por vez primera el deber del Estado de dictar una legislación protectora en favor de los trabajadores:

"Es obligación del Estado velar por el bienestar de las clases trabajadoras, y para ello dictará las leyes necesarias; a falta de iniciativa social promoverá, y en todo caso apoyará en la medida de sus recursos, las instituciones que tengan por objeto armonizar sobre bases de justicia las relaciones entre patronos y obreros, y las que tiendan a mejorar la condición económica de éstos y a ampararlos en caso de enfermedad, vejez o accidente, paro de trabajos u otras circunstancias de desgracia independientes de su voluntad. "

El Doctor Calderón Muñoz, diputado al Congreso Constitucional en 1912, representante en la Asamblea Nacional Constituyente de 1917, y Vice-presidente del Senado en 1919, sabía ejercer su influencia y mover sus teclas. El nuevo derecho del trabajo, postulado fundamental de la doctrina social católica, ya tenía colocados los cimientos del proyectado edificio. La caída del gobierno constitucional de don Federico Tinoco y la inmediata y antijurídica declaratoria de nulidad de la Constitución aprobada por aquella notable Asamblea Nacional de 1917, ocasionaron un retraso de 25 años al Derecho Constitucional del Trabajo, y otro un tanto menor a la legislación relacionada con esa materia, aprisionada como estaba por los principios liberales de la libertad de contratación y de la no intervención del Estado en cuestiones obrero-patronales.

Pasaron los días tempestuosos de la guerra y la revolución, y a poco de reanudarse la vida política, la socorrida escena de grupos políticos de programas afines adquirió colorido nuevo al entrar en ella un partido y un jefe que agitaban como bandera, en sus prédicas, aunque no en su programa, la reivindicación de los derechos del trabajador y la necesidad de una Constitución Política adaptada a los tiempos nuevos en que se encontraba la humanidad.

Jorge Volio tenía un historial singular, suficiente por sí para atraer la atención y la adhesión fervorosa de los grupos sociales de inconformes, siempre a la espera de un líder capaz de expresar sus protestas y de conducirlos al cambio de las situaciones que combaten por anacrónicas o injustas. Brillante orador de masas, aureolado además por el recuerdo de sus románticos gestos de abrazar la carrera sacerdotal haciendo a un lado los prejuicios juveniles y los halagos de una vida fácil como miembro de familia distinguida; de rebelarse muy pronto contra los mandatos del Obispo en cuya diócesis estaba incardinado; de abandonar el ejercicio del sacerdocio para marchar a tierras extrañas a luchar contra las fuerzas del gobierno que apoyaba el ejército norteamericano, y caer herido en una de las acciones militares; de exiliarse más tarde para enrolarse en las fuerzas que combatían al gobierno de don Federico Tinoco, además del hecho de ser el único general de división del imaginario ejército costarricense, sus discursos, en plaza pública o en el salón del Congreso, atraían a las multitudes y provocaban sus aplausos, aunque no siempre produjeran el convencimiento de todos sus oyentes. Se le admiraban sus dotes oratorias, pero no se le aceptaban como buenas en todo caso sus prédicas y sus denuncias.

Luegó al Congreso en 1922, como candidato de un partido sin programa, el Partido Regional Independiente de San Ramón; pero dos años después fue proclamado candidato a la presidencia de la república por una agrupación política que en esa fecha se constituyó bajo el nombre de Partido Reformista, y que nació de las entrañas mismas de la Confederación General de Trabajadores.

El Programa del Partido Reformista no ofrecía, en verdad, grandes transformaciones, ni propósitos que pudieran tildarse de revolucionarios. Excepción quizá de algunos puntos en que se expresa la decisión de exigir que sean devueltos al Estado los terrenos baldíos adquiridos "con gracias" y que no .hubiesen sido cultivados en los últimos 15 años, el Programa podría haber sido el programa de cualquier partido tradicional, burgués, como lo expresaron los dos candidatos de las agrupaciones contrarias, los licenciados don Alberto Echandi y don Ricardo Jiménez. El peligro que veían sus adversarios en el triunfo del Reformismo no era por lo que se decía en el programa, sino por lo que se decía en la prensa y en la tribuna de los reformistas, y por las actitudes de algunos de sus dirigentes que se declaraban admiradores de Lenin y de la Revolución rusa. "El Partido Reformista es una clarinada. . . un reto a las argollas imperantes… La antigua sotana flamea como bandera de revolución", comentaban escritores y periodistas.

¿Podría decirse que Jorge Volio y el Partido Reformista fueron "precursores" del movimiento social cristiano que veinte años más tarde modificó sustancialmente la Constitución Política de la República al reformar el tradicional artículo sobre el derecho de propiedad e incluir un capítulo de Garantías Sociales en que se recogen todas las aspiraciones de la doctrina social cristiana? ¿Podría afirmarse que Jorge Volio fue el primer líder costarricense que se propuso convertir en letra escrita y viva los principios proclamados por León XIII y recogidos más tarde, actualizándolos, por la Unión Internacional de Estudios Sociales fundada en 1920 en la ciudad de Malinas, por iniciativa y bajo la presidencia del Cardenal Mercier? En un sentido ortodoxo, no. Pues si bien es cierto que inició sus estudios de Teología y Filosofía en Bélgica, a principios del siglo, bajo la dirección del entonces Monseñor Mercier, de quien recibió las primeras órdenes sacerdotales, también lo es que nunca se declaró seguidor de aquella doctrina, y que en sus primeras intervenciones como legislador negó su voto al proyecto que acogía las peticiones de los católicos sobre inclusión de la enseñanza de la religión en las escuelas públicas, a las que sí dio acogida años después el gobierno del doctor Calderón Guardia como uno de los postulados del movimiento social cristiano de mayor trascendencia para su futuro y el de la patria, y por el que venía luchando desde hacía más de cincuenta años.

Y si en ese punto discrepan radicalmente las actitudes de Jorge Volio, pronunciando su primer discurso contra las aspiraciones de los católicos, y de Calderón Guardia dando acogida a ellas, no es menor la discrepancia sobre la médula misma de la posición divergente de los idearios y las ideologías de los partidarios del liberalismo individualista, y los de quienes aceptan y apoyan el social cristianismo; pues en tanto que el Jefe del Reformismo decía en abril de 1923 que "jimenistas y reformistas sustentan el mismo programa y lo único que los diferencia. . . es que unos quieren a don Ricardo Jiménez y los otros a Jorge Volio" -siendo aquél el líder indiscutido del grupo liberal individualista-, el movimiento renovador que jefeaba el doctor Calderón Guardia como batió con dureza en 1939 al Licenciado Jiménez Oreamuno, no por él como persona, sino por las ideas ya obsoletas del liberalismo individualista que representaba.

No puede decirse en verdad que Jorge Volio -contra quien recayó una excomunión episcopal por los excesos de sus prédicas en las tribunas populares- fuera un precursor del social cristianismo costarricense. Lo fue, sí, de la reforma social que el primer gobierno social cristiano se empeñó y logró realizar en Costa Rica; porque sus discursos enardecidos, sus críticas acerbas sobre la situación social del país, produjeron el efecto de despertar en las clases trabajadoras la conciencia de su importancia, de su participación en la vida política del país, y constituyeron motivación bastante para que tomaran un interés mayor en las campañas electorales de renovación de los poderes públicos. Pero no fue un líder social cristiano, ni se concebiría que lo fuese cuando la gran mayoría de sus antiguos compañeros del clero militaron en partidos opuestos al reformismo, y uno de los Obispos de Costa Rica le impuso la pena mayor con que la Iglesia Católica sanciona a quienes se apartan de su doctrina en materia grave. Fue un pionero en la prédica de la necesidad de reformas que evitasen el fermento del descontento social, que podría crear situaciones de gran peligro para el país; pero ni una sola de las que se incorporaron a la Constitución Política en 1943 y constituyen título de gloria para el Presidente Calderón Guardia y sus compañeros en aquel movimiento que logró llevar al código fundamental los principios social cristianos consignados en las encíclicas papales y recogidos en el Código Social de Malinas, fue propuesta o iniciada por el grupo reformista.

Menguó la importancia del Partido Reformista como vocero de los grupos avanzados de trabajadores, al ser trasladado a una casa europea de salud su líder, el general Volio, y advino a la política una nueva agrupación, más francamente radical, el Bloque de Obreros y Campesinos, con un programa de corte resueltamente marxista-leninista, y por lo mismo, anti-religioso sin embozos:

"Su Encíclica -la Rerum Novarum-, decía refiriéndose a León XIII en su periódico 'Trabajo', (fue publicada). . .con el único fin de atraerse la voluntad de las clases trabajadoras, haciéndoles creer que Dios y la Iglesia Católica se ocupan de su suerte. Pero al mismo tiempo defiende los intereses de la burguesía y así recuerda a los fieles cómo la Iglesia Católica cree en la necesidad de la diferencia de clases y en los sufrimientos que de ello resulten".

"La Iglesia -se afirmó en otro número de aquel periódico- es un instrumento del Estado capitalista para asegurarse la servidumbre de la clase trabajadora':

"Tenía razón Marx -repetían en 'Trabajo' -: la religión es el opio del pueblo".

No debía permanecer inactiva la Iglesia Católica ante semejantes ataques; ante el aumento visible de las huestes comunistas que hacían alarde de su anticatolicismo y su ateísmo; y ante el panorama de voluntad decidida de cambio que se producía a ojos vistas en el país. De no tomar una línea de acción positiva, ofreciendo soluciones a los problemas de 'lo social' -distinto de 'lo político' - considerados ambos como los términos de la dicotomía de las funciones del Estado, las clases trabajadoras y los grupos intelectuales de la juventud se irían tras las oriflamas rojas ornadas con la hoz y el martillo.

Ya se encontraba en Costa Rica, con el bagaje de conocimientos adquirido en Europa durante su permanencia de tres años en la ciudad de Roma, el presbítero Víctor Sanabria, Doctor de la Pontificia Universidad Gregoriana a los 22 años; y en un desusado nombramiento por sus escasos 27 años de edad, es designado por el Arzobispo Monseñor Rafael Otón Castro, su Vicario General, esto es "su suplente" en el gobierno de la Arquidiócesis. Había tenido oportunidad, durante su estada en Italia, de presenciar las revueltas populares de fondo social que venían promoviéndose a raíz de la terminación de la guerra, de conocer de primera mano los fines y las metas de III Internacional fundada por Lenin en 1919; la afirmación del régimen comunista en el imperio de los Zares; el desorden financiero y económico de los años veintes que condujo poco después a la instauración del fascismo en Italia y a la ocupación del territorio del Ruhr por los franceses.

Sanabria había tenido oportunidad también, aun antes de recibir la orden sacerdotal, de conocer la viva preocupación que sentían los Santos Padres por la situación social y los negros presagios sobre el peligro que amenazaba a la catolicidad, sí la jerarquía y el clero católicos mantenían actitud pasiva ante los problemas de distribución del producto que día a día cobraban importancia mayor en todas las sociedades. La riquísima doctrina de la Iglesia en materia social no debía permanecer desconocida y oculta en aquella gran batalla que le presentaba el materialismo comunista. "Sepan. . . los dirigentes de estas cosas que tan estrecha relación guardan con el bien común, que han de tener en primer lugar y siempre, puestos los ojos en las memorables encíclicas Rerum Novarum y otras emanadas de la Sede Apostólica", había señalado Benedicto XV en su carta Soliti Nos de 11 de marzo de 1920 al Obispo de Bérgamo; y con más profundidad y extensión, decía en la que dirigió el14 de junio siguiente al Patriarca de Venecia:

". . . Al par que exhortamos a los ricos para que practiquen la liberalidad y miren más a la equidad que a su derecho,amonestamos celosamente a los proletarios para que se guarden de exigir algo tan inmoderado que ponga en peligro su propia fe.... Por lo cual, presten los proletarios oído atento a las enseñanzas de la Iglesia, aunque parezca dar menos que los adversarios, pues no se vale de vana superchería, sino que promete cosas justas y duraderas... y vosotros, venerables hermanos, trabajad sin descanso para que el pueblo trate de conseguir lo suyo por medios pacíficos; y como las asociaciones católicas conducen principalmente a este resultado, será deber vuestro procurar por todos los medios que se vigoricen e incrementen más y más cada día. Que se ocupen en esto sobre todo hombres escogidos de entre el pueblo: los jóvenes, aportando su vigorosa actividad; los viejos, con la prudencia, el consejo y la experiencia. . . "

Víctor Sanabria, Vicario General de la Arquidiócesis, tomó pie del llamamiento hecho en la epístola Intelleximus para procurar un acercamiento con profesionales y dirigentes obreros jóvenes, y dar a conocer las ricas enseñanzas de la doctrina social católica sobre los problemas que brotan de las actividades que desarrollan los hombres para satisfacer sus necesidades mediante la cooperación del capital y el trabajo, así como al distribuir el precio de los bienes producidos entre los que intervienen en su producción: Estado, empresario, prestamista, capitalista, trabajador.

En grupos pequeños -no más de diez o doce personas y el asesor eclesiástico-, se dieron a conocer y se estudiaron los principios de la doctrina social católica, en las encíclicas y otros documentos papales como la inmortal Rerum Novarum -Carta Magna de toda la actividad cristiana-, Graves de communi, Il fermo propósito, Ubi Arcano, y otras muchas. Era absoluta la ignorancia existente, aun entre intelectuales de formación católica, sobre la doctrina de la Iglesia en materia de tanta actualidad, producto, desde luego, del laicismo de escuelas y colegios imperante desde cuarenta años atrás.

Por esa época regresó al país Rafael Ángel Calderón Guardia, quien por rara coincidencia había llegado a Europa el mismo año 1919 en que lo hizo Víctor Sanabria, éste para proseguir en la Pontificia Universidad Gregoriana de Roma sus estudios teológicos, aquél para ingresar como estudiante de Medicina a la Universidad Católica de Lovaina, centros ambos que gozaban de la merecida fama de ser faros de luz para el estudio y la divulgación de los principios de la doctrina social católica.

Llegó al país en la segunda mitad de la década de los veintes, y pronto inició su meteórica carrera política, promovida y alentada por grupos jóvenes y de deportistas, y núcleos sociales de escasos ingresos, atraídos éstos por su espíritu humanitario y su generosidad sin límites para la atención de los enfermos sin recursos, su cristianismo vivido, y su atractivo personal, aquéllos por su identificación con quien ya se mostraba como el líder de su generación y compartía el espíritu deportivo de la época. El estandarte de la agrupación política que luchaba por la abolición de la legislación injusta de los años 80, pasó lógicamente a las manos del hábil y joven líder. intuyendo el peligro para sus ideologías, los liberales del siglo pasado y los que en el presente compartían sus doctrinas, inútilmente trataron de cortarle el paso, y aun trataron de formar alianza con el Partido Comunista en 1940 para cerrarle el camino a la primera magistratura de la nación. Todo fue inútil: Rafael Ángel Calderón Guardia, Regidor y Presidente Municipal antes de alcanzar 30 años de edad, cumplidos apenas sus 34 años escuchaba los Vivas a él como futuro Presidente de la República; y después de 6 años de ejercicio de las funciones de Diputado al Congreso Constitucional -en el que ocupó sus más altos cargos- fue elegido Presidente de la República cuando aún no tenía 40 años. El Partido que enarbolaba como principios los de la doctrina social cristiana, asumía el gobierno de la Nación, ejercido desde 1882 por los discípulos de Montúfar y Zambrana, corifeos de las minorías intelectuales de pensamiento liberal individualista, que dominaron la política e impusieron Jefes del Estado, a veces por senderos democráticos, otras con quebrantamiento de las normas señaladas para la renovación de los poderes públicos, durante ese largo período.

El 11 de febrero de 1940, al ser elegido Calderón Guardia como Presidente de la República, se cerró el capítulo de la historia patria que se inició en agosto de 1882, al asumir la jefatura del Estado el general don Próspero Fernández.

En el discurso final de su campaña, ante una gran multitud de sus partidarios, Calderón Guardia fustigó con gran dureza al Partido Comunista, así como a la política liberal económica que recomienda al Estado "laisser faire, laisser passer", y declaró:

"Mi criterio se inspira en las doctrinas del cristianismo social, tal como las exponen las encíclicas inmortales de León XIII y Pío Xl…. y como las sintetizara el eminente Cardenal Mercier en su imperecedero esbozo de una síntesis social"

Era la primera vez que un candidato a la presidencia de la República, hacía manifestación de su catolicismo y de su fe en las doctrinas social-cristianas como guías certeras en el gobierno del país. Ningún otro candidato a tan elevado cargo, excepto los del Partido Comunista, había osado hacer ostentación de sus creencias contrarias a las del liberalismo individualista por el que se gobernaba el país desde tantos años atrás, y que se consideraba el más perfecto de los sistemas social económicos.

En el recinto del Congreso Constitucional sí se había hecho poco antes la apología y defensa de la doctrina social cristiana en debates con representantes del Partido Comunista: con motivo de la discusión sobre el proyecto de ley de salarios mínimos, fijados por Comisiones Mixtas, dijo el diputado Tinoco: "el proyecto encaja dentro de la doctrina social católica, que legítimamente puede colocarse ese botón en la solapa. Léanse, si no, las famosas encíclicas de los papas León XIII y Pío XI, y recuérdese la Pastoral del Obispo de Costa Rica Monseñor Thiel, que en mil ochocientos noventa y tantos pidió que la autoridad pública fijara los salarios, a fin de que los obreros no se perjudicaran al variar el tipo de cambio del colón en relación con el dólar y la hora esterlina"; y en la sesión de noviembre de 1934, al discutirse en tercer debate el proyecto de Ley de Seguro de Vejez y Retiro de los Empleados y Obreros de la imprenta Nacional, el mismo diputado Tinoco dijo:

“. . .que la doctrina social cristiana es tan antigua como la misma Iglesia Católica y que no ha habido revolución más honda, más trascendental, ni acontecimiento más grandioso que el que implicó la aparición del Cristianismo, pues señaló de manera indeleble, la división entre la edad del oscurantismo, -en lo que se refiere a las cuestiones sociales relativas a los trabajadores, - y la edad que gira en torno de la idea cristiana de dignificación del trabajo. Las doctrinas de la Iglesia Católica no solamente lo han dignificado, sino que ha hecho título de honor el que Jesús naciera trabajador. ¿Qué mayor dignificación para el trabajo, que colocar al Hombre-Dios a la par de los trabajadores, en la época en que se consideraba vergonzoso ser obrero y ser trabajador? Esto constituye una gloria inmarcesible para la Religión Cristiana y este título de honor no puede serie arrebatado por ningún partido político. Las declaraciones de los Papas en favor de los obreros no han sido producto de movimientos huelguísticos ni de revoluciones; la filosofía cristiana no se ha inspirado en esos movimientos; la Iglesia no constituye su filosofía social como producto de revoluciones sociales. La Encíclica de León XIII, el Papa de los obreros, no hizo más que hacer resurgir y ordenar la doctrina social cristiana, cuyos principios parecían haber sido olvidados con el advenimiento de las ideas individualistas, enciclopedistas y revolucionarias, que merecieron grandes protestas e hicieron surgir la necesidad de reconstruir todas esas doctrinas sociales de la Iglesia Católica. "

Pasan los años. Muere el primer Obispo de Alajuela, Monseñor Monestel, y es nombrado para sucederle, apenas cumplidos 39 años de edad, Víctor Sanabria Martínez. Es el año 1938, y lleva 12 años de servir como Vicario General del primer Arzobispo de San José. Se traslada a la sede de su Diócesis. Pero en esos 12 años ha dejado caer la simiente de la doctrina social católica, alguna de ella en terreno pedregoso en donde no fructificó; otra, en terreno árido en el que alcanzó un desmedrado desarrollo y rindió poquísimo fruto; otra, en terreno fértil, convirtiéndose en planta lozana que a los pocos años produjo óptimos frutos.

En ese mismo año, Rafael Ángel Calderón Guardia es elegido Presidente del Congreso Constitucional y prepara en firme su candidatura ala primera magistratura de la República.

Llega 1940. Es un año crucial para la historia de Costa Rica. Es consagrado como Arzobispo de San José Monseñor Víctor Sanabria, elegido por la Santa Sede para ese delicado cargo; y es juramentado como Presidente de la República don Rafael Ángel Calderón Guardia, elegido por el pueblo costarricense para el desempeño de jefe de la nación. Aquél de 41 años, éste de 40. Ambos compañeros de estudio por algún tiempo del Colegio Seminario de esta ciudad. Ambos hijos espirituales de Universidades católicas europeas, Sanabria de la Pontificia Gregoriana de Roma, Calderón de la Pontificia Católica de Lovaina. El Destino, "que a veces escribe con letra menuda", hizo converger sus vidas, y en 1940 se encontraban Calderón como jefe del Poder Civil y Sanabria como jefe del Poder Eclesiástico, facilitándose en esa forma con el apoyo declarado del último, la revolución en la paz que realizó el presidente Calderón al lograr que el Estado hiciera a un lado los principios del pensamiento liberal individualista bajo el que vivía desde el siglo anterior, para abrazar los del social cristianismo, más humanos, más intervencionistas, más protectores de los derechos del trabajador.

En su Mensaje Inaugural dijo el presidente Calderón Guardia el 8 de mayo de 1940:

“. . .la nueva administración sustenta, en lo político, la doctrina del cristianismo social, tal como lo exponen las admirables encíclicas de León XIII y Pío XI, y como lo sintetizara el Cardenal Mercier en su Esbozo de una Síntesis Social. . . "

Y de nuevo en el que presentó al Congreso Constitucional el 16 de mayo de 1942, junto con el proyecto de reformas a la Constitución Política e incorporación en ella del Capítulo de Garantías Sociales:

"El Presidente de la República es y seguirá siendo el más fiel continuador de las normas que marcaron, en lo jurídico y para su tiempo, los constituyentes de 1871;y en lo social, las más ilustres figuras de la Iglesia Católica de los siglos XIX y XX. Por lo mismo nos apoyamos en la doctrina de las encíclicas Rerum Novarum de León XIII y Quadragessimo Anno de Pío XI, (y) en el Código Social de Malinas.. "

Y el año siguiente, al someter al Congreso Constitucional el proyecto de Código de Trabajo:

"Cada una de sus disposiciones ha sido armonizada y confrontada con la doctrina social de la Iglesia Católica, que, como sabéis, tiene su máxima expresión en las encíclicas Rerum Novarum, Quadragessimo Anno, Divini Redemptoris, y Código Social de Malinas. . . "

Los rayos que irradiaban los faros de luz de Lovaina y Roma, habían derrumbado las murallas de la incomprensión y el fanatismo anticatólico, abatido el liberalismo individualista, puesto fin a seis décadas de gobierno de la minoría ilustrada, y sentado las bases para asegurar que las doctrinas humanas de respeto al ser humano y dignificación del trabajo serían en adelante las normas directrices de la acción política y social de la administración pública, en el presente y en el porvenir.

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