martes, 23 de febrero de 2010

Las elecciones de 1948 Un escrutinio plagado de irregularidades

Las elecciones de 1948
• Un escrutinio plagado de irregularidades

Manuel Formoso
tomado de http://www.nacion.com/ln_ee/2002/octubre/18/opinion3.html



Los años que precedieron a las elecciones presidenciales de 1948, disputadas entre el doctor Calderón Guardia y don Otilio Ulate, fueron de gran pasión, violencia verbal y física por ambas partes, hasta el punto de que se generó un clima de mucha irracionalidad que autorizaba emplear cualquier arma contra el enemigo, por vil o absurda que fuera. Don Isaac Felipe Azofeifa, insigne poeta que jamás fue calderonista o picadista, resumió magistralmente esos años diciendo que a don Teodoro Picado le tocó atravesar un infierno hirviente de encendidas pasiones. A lo dicho por don Isaac hay que agregar que, para colmo de males, el presidente Picado era un gran estadista, hombre cultísimo, abogado respetuoso de la ley, pero muy mal político porque no sabía poner pie firme en el mal, como recomienda Maquiavelo a quienes quieran tener éxito en el ejercicio del poder.

A pesar de la campaña de insultos y falsas acusaciones que constantemente se lanzaban contra el presidente Picado, don Teodoro nunca perdió su bondad ni su ingenuidad y confiaba en que las nuevas instituciones electorales, creadas por la reforma de 1946, le proporcionarían a Costa Rica unas elecciones impecables, por donde se descargaría civilizadamente toda la violencia social que se venía acumulando y nos evitaría los horrores de una guerra civil. Don Teodoro creyó en la imparcialidad de los miembros del Tribunal Electoral y además confió totalmente en el recién nombrado Director del Registro, también electoral, a quien apreciaba mucho por ser un honorable juez e hijo de un entrañable amigo. Sin embargo, salvo uno de los magistrados, las demás personas le fallaron al no cumplir honrada o eficientemente sus tareas, lo que condujo, sin lugar a dudas, a la anulación por el Congreso de las elecciones.

En conciencia. Aparentemente las elecciones las ganó don Otilio Ulate porque la mayoría de los magistrados lo declaró presidente electo. Por el contrario, el tercer miembro (presidente del Tribunal), salvó su voto diciendo que no podía aceptar como válido ese resultado por la forma incompleta en que se hizo el escrutinio, fuera del tiempo fijado por la Constitución, sin haberse examinado todos los votos emitidos, supliendo parte de su recuento por informaciones obtenidas de certificaciones y telegramas enviados por las juntas receptoras; por lo tanto, en conciencia, no podía tener certeza de quién había ganado las elecciones, y, como correspondía, pasa el asunto al Congreso para que, en uso de sus facultades constitucionales, lo resolviera finalmente.

Si en el Registro Electoral no hubiera prevalecido “la cultura del fraude”, que se practicaba desde muchas décadas atrás, y, si los miembros del Tribunal Electoral no hubieran fracasado en su tarea esencial de realizar un recuento completo y legal de los votos emitidos, el Congreso Constitucional no habría encontrado razón alguna para anular las elecciones. Desgraciadamente ocurrió todo lo contrario: se cometieron toda clase de irregularidades en el Registro y el Tribunal Electoral, por inexperiencia o por lo que fuere, realizó el lamentable escrutinio que, como hemos señalado antes, ni siquiera el tercer miembro de ese tribunal podía aceptar.

Por la paz. Tan incierta fue esa elección de don Otilio Ulate como presidente de la República que el partido perdedor la rechazó y pidió su nulidad; cuando le correspondió al Congreso Constitucional conocer del asunto, la anuló y más tarde fue suplantada por un acuerdo de las “fuerzas vivas” que vieron garantizada la paz de la nación en la presidencia del doctor Ovares, aceptada por todos partidos contendientes. Sin embargo, don José Figueres, alzado en armas, rechazó el arreglo y más tarde, ya en Cartago, implícitamente desconoció a Ulate al proponerle al mismo Congreso que anuló su elección que los nombrara a él, a don Alberto Martén y a don Fernando Valverde designados a la presidencia de la República, previa renuncia de don Teodoro Picado, según documento de fecha 13 de abril de 1948.

Para terminar, es oportuno citar una vez más la investigación del doctor Iván Molina (Cuadernos de Flacso, 120, octubre del 2001): “A la luz de estos hallazgos (las "irregularidades" antes mencionadas y otras más) no es aconsejable afirmar, fuera de toda duda (como verdad irrefutable), que la oposición ganó la elección presidencial de 1948”.

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