Tres presidentes culpables. Condena moral de un pueblo que difícilmente podrá perdonarlos
Manuel Formoso
tomado de http://www.nacion.com/ln_ee/2004/diciembre/08/opinion3.html
Una de las conquistas más valiosas del Derecho Penal moderno ha sido adoptar el principio de que todo hombre se presume inocente ante la ley, mientras no se demuestre lo contrario. Desgraciadamente, en el pasado no fue así y, sin ir muy lejos, en Costa Rica tras el triunfo militar de Figueres en 1948, se presumieron culpables los "calderocomunistas" que fueron juzgados por tribunales especiales, ante los cuales se vieron obligados a demostrar su inocencia. Esta aberración jurídica se conoce como la inversión de la prueba.
Todos los que hemos estado relacionados con la aplicación de la ley hemos constatado la gran distancia que puede darse entre legalidad y justicia. Demostrar la culpabilidad de una conducta, por más inmoral que sea, es muy difícil si no contamos con las pruebas que las leyes exigen. Por eso es tan frecuente que los poderosos afortunados no vayan a la cárcel, en tanto que los ignorantes y pobres, por cualquier nimiedad, como el robo de un cerdo, pasen años en prisión.
Confianza defraudada. Muchos costarricenses, en especial los más humildes, por experiencia propia o familiar, conocen muy bien esta situación. Por eso, ante hechos tan graves como los que se atribuyen a tres ciudadanos que ocuparon el cargo de presidente de la República, han reaccionado con indignación y, desde su punto de vista moral, los han condenado como culpables. Se sienten defraudados en la confianza que les otorgaron al votar por ellos; consideran que han traicionado su principal obligación: servir los intereses de los costarricenses y no servirse del poder para su propio beneficio.
En el caso del PUSC, es público y notorio que la autoridad superior del partido, hasta la víspera en que comenzaron a conocerse los "premios" y dádivas, fue el licenciado Calderón Fournier. Ni una hoja o un pelo se caía sin su aprobación. Tanto es así que el doctor Miguel Ángel Rodríguez no pudo llegar a la presidencia hasta que Junior le dio campo, y don Abel Pacheco, gracias a un conjunto de circunstancias favorables y en un alarde de machismo político, ganó las elecciones. En ambos casos ha sido evidente que llegaron a la presidencia de la República sin tener partido político propio. El PUSC seguía obedeciendo a su gran jefe y, en la medida que este lo permitía, apoyaban al gobernante de turno. ¿Entonces, cómo no va a ser culpable -para el sentir popular- el licenciado Calderón Fournier por los actos que realizaron el doctor Eliseo Vargas y demás cómplices, que jamás habrían procedido como lo hicieron sin contar con el respaldo y conocimiento del Gran Jefe?
Lógica reacción. En el caso de don José María Figueres, que se ganó casi un millón de dólares por realizar desde Ginebra un asesoramiento que nunca hemos conocido en qué consistió ni el documento que lo respalda; que se niega a venir al país a dar una explicación convincente de su inocencia; que recientemente el exgerente de Alcatel ha confirmado que desde Francia altos personeros de esta compañía, de dudosa moralidad, autorizaron gastar $2,7 millones para contratar al politólogo Roberto Hidalgo, a la filóloga Carmen Valverde y a Figueres Olsen para que contribuyeran al éxito de su licitación telefónica ante el ICE. Entonces ¿cómo es posible imaginar que el pueblo no considere culpable al ingeniero José María Figueres y que todos los liberacionistas que votaron por él no se sientan defraudados?
Finalmente nos encontramos con el caso del doctor Miguel Ángel Rodríguez, brillante estudiante y economista teórico, pero con muy poco éxito en sus finanzas privadas. Al obtener el honroso cargo en la OEA, con gran salario y jugosa pensión, todos sus problemas económicos parecían felizmente solucionados, hasta que el Lobo aulló y le fue peor que a Caperucita Roja. Ciertamente la escena de su llegada a Costa Rica descendiendo, esposado, del avión, su traslado en una "perrera" hasta la Fiscalía y su posterior reclusión en una celda de 3,80 por 1,80 metros, aislado del resto de los mortales, fue tremenda y cruel; pero no menos penosa es la situación de los demás reclusos en las prisiones costarricenses.
Obviamente debemos considerar inocentes a todos los implicados en esta turbia repartición de "premios" mientras no se les pruebe lo contrario, pero para la gran mayoría del pueblo ya son moralmente culpables y difícilmente podrán perdonarlos.
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