DECLARACIONES DE MONSEÑOR VICTOR SANABRIA MARTINEZ SOBRE SU POSICION FRENTE AL PARTIDO VANGUARDIA POPULAR
20 de junio de 1943
-Dos personas en estos días han cargado con la responsabilidad gravísima de escribir, cada cual en su propio campo y con los recursos que a la mano tenían, una página de historia. El uno, el Jefe del Partido "Vanguardia Popular", escribió una página de historia político-social. El otro, el Jefe de la Iglesia, escribió una página de historia eclesiástica. Y ambos escribieron una página de historia costarricense.
Al señor Mora lo juzgará la historia; al señor Arzobispo lo juzgará igualmente la historia, pero no por lo que los hombres digan o dejen de decir de él, sino por lo que juzgue y decrete la Santa Sede, a cuya autoridad y juicio quedaron sometidas todas y cada una de las palabras de la carta del 14 del corriente y todos y cada uno de los hechos en ella comentados.
Había formulado el propósito de no acudir a la prensa a defender mis actuaciones, pues que tan claros son los conceptos de mi carta referida, que sólo la mala fe o la ignorancia maliciosa pueden atribuirle otras interpretaciones que aquéllas que naturalmente se derivan del texto y contexto de la misma. Había para ello otra razón, de carácter jerárquico. En la Iglesia no son los fieles ni los sacerdotes los que sentencian a los obispos, que ese es derecho privativo del Romano Pontífice. En verdad no han sido ni son los fieles ni los sacerdotes, los que en esta oportunidad están sentando al Arzobispo en el banquillo de los acusados y le están pidiendo cuenta de algunos de sus actos. Unos y otros, con disciplina que los honra y que honra a la Iglesia, cualesquiera que sean sus aficiones políticas y aun su manera de juzgar determinados detalles de los acontecimientos de estos días, mantienen la línea de conducta que a su conciencia les impone la disciplina jerárquica y con serenidad de espíritu pueden retar, a quienquiera que sea, para que pruebe que en aquella mi carta haya el menor desliz en la doctrina o abandono, aunque fuera sólo parcial, de los deberes que me imponen las funciones de mi cargo. Saben ellos, los sacerdotes y los fieles, lo que en la Iglesia se suele llamar la conciencia episcopal. Confían incondicionalmente en la responsabilidad del jefe espiritual que les ha señalado la Iglesia y convencidos están de que no le mueve ni el interés temporal, ni el afán de lo político, ni la hinchazón de las vanidades. Sus móviles son de orden superior, o sea, para dicho en católico, de orden sobrenatural y sus actos y sus dichos se inspiran en aquel aforismo tan celebrado de San Ignacio de Loyola: "Ad maiorem De gloriam ".
No obstante, razones y motivos, independientes de mi voluntad, me obligan a explicar periodísticamente lo que en mi carta teológicamente dejé explicado. Es aquello que los filósofos llaman las circunstancias de las acciones. Y esto es lo que voy a hacer.
¿Mis intenciones. . .? Transcribiré un párrafo del discurso de Navidad de Su Santidad el Papa Pío XII:
"Siempre movida por motivos religiosos, la Iglesia ha condenado las varias formas del socialismo marxista; y ella las condena hoy, porque es su permanente derecho y deber, librar a los hombres de las corrientes del pensamiento y de las influencias que pongan en peligro su eterna salvación. Pero la Iglesia no puede ignorar o tolerar el hecho de que el trabajador en sus esfuerzos por mejorar su condición, se estrella ante una maquinaria que está no sólo en contradicción con la naturaleza, sino también en oposición con el plan de Dios y con los propósitos que El tuvo al crear los bienes de la tierra. A pesar del hecho de que los caminos que ellos siguieron eran y son falsos y condenables, qué hombres y en especial qué sacerdote y qué cristiano, podrá permanecer sordo ante el clamor que se levanta desde lo profundo y clama por la justicia y el espíritu de fraternal colaboración, en un mundo regido por un Dios justo? Un silencio tal sería culpable y no hallaría excusa ante Dios; y se opondría además a las enseñanzas del Apóstol, quien al mismo tiempo que inculca la necesidad de la resolución en la lucha contra el error, reconoce también que nosotros debemos estar llenos de compasión para los que yerran y abiertos a la comprensión de sus aspiraciones, esperanzas y motivos. "
¿Los hechos reales. . .? Son los siguientes: Había en Costa Rica un partido llamado "Partido Comunista", que tenía un jefe y tenía un programa. En éste, según afirma el jefe una y otra vez en sus discursos y escritos, y lo demuestra objetivamente con documentos que merecen absoluta fe, nada se contiene que en el orden religioso positivo, se oponga a la conciencia católica. Pensaba el señor Mora que en el pasado se había procedido con él y con su partido, con notoria injusticia, aplicándoles la Iglesia un rasero más estrecho que a los partidos políticos que existen y han existido siempre en Costa Rica. El partido disuelto tenía un nombre: el de "Partido Comunista", nombre que en Costa Rica y en todas partes la Iglesia tenía que interpretar como un programa, y como un programa síntesis de ideas condenadas por la misma Iglesia, una y otra vez, en documentos oficiales de la mayor solemnidad. Esa síntesis de ideas se refiere a Dios, a la familia, a la propiedad, a la lucha de clases, a los métodos de revolución y de violencia. La Iglesia tomaba y tenía que tomar por su valor facial el programa de que era síntesis el nombre. De aquí aquella diferencia de rasero que el partido disuelto le aplicaba a los demás partidos. Sabemos ahora claramente y sin lugar a duda, por las declaraciones de los programas y de los jefes, que el nombre, "Partido Comunista", no tenía para ellos el valor que le daba la Iglesia. Pero de todas maneras, aun en el supuesto de que en Costa Rica todos hubieran llegado a entender el caso en la forma que aquí se presentaba, el nombre tenía que significar algo. Decide el partido primero disolverse como partido y formar luego una nueva agrupación, que ni en sí misma ni en sus programas contiene cosa alguna de lo que significa la palabra Comunista. Ni pretende imponer la dictadura del proletariado, así lo dijo antenoche el señor Mora, ni es enemigo de la propiedad, ni promueve la lucha de clases, ni persigue la Religión, la Iglesia ni la familia, antes bien proclama enfáticamente en su manifiesto de presentación que respetará los sentimientos religiosos del pueblo, que es un partido "auténticamente costarricense" y que "su único propósito es acabar con la miseria y con la ignorancia en Costa Rica" y pide que con él no se cometa la injusticia de medido con vara más encogida que a los demás partidos políticos. El jefe del nuevo partido no está en peores ni en mejores condiciones, en sentido abstracto y teórico, que los jefes de los demás partidos. Sus propósitos, o mejor dicho, los de su partido, son los de que el país sea gobernado conforme a la constitución y a las leyes, con la misma voluntad cuando menos con que lo quieren los demás partidos, en sentido "netamente costarricense". Más aún. El nuevo partido, en su programa social incorpora un inciso en que dice:
"El Partido Vanguardia Popular apoya la política del Presidente Calderón Guardia, basada en las Encíclicas Papales y declara que esa política enmarca sin contradicciones en los planes del partido para la organización económico-social del país. "
Tengo por católico al señor Presidente de la República, doctor don Rafael Ángel Calderón Guardia. A su legislación social le ha dado la más amplia base católica, tan católica que la misma Santa Sede, en documento oficial, con solemnidad, manifiesta su complacencia por lo que de católico tiene aquella legislación. Viene ahora el Partido "Vanguardia Popular" y se declara, en su programa, que es declaración oficial de principios, de acuerdo con una política social basada en encíclicas pontificias, política que enmarca sin contradicciones en los planes del partido, para el logro de sus fines.
¿Puedo yo condenar el nuevo partido? No lo puedo condenar. Y si lo condenara tendría que dar las razones de esa condenación, y no las tengo. Tengo que declararme "abierto a la comprensión de sus aspiraciones y motivos", para usar palabras de Su Santidad Pío XII.
Pregunto yo: ¿puedo condenar los demás partidos existentes en Costa Rica por el simple hecho de que no sean partidos netamente católicos, es decir, político-religiosos, y decirle a los míos que no ingresen en sus filas? No, me dice mi conciencia. Pues en paridad de condiciones no condeno, porque no puedo condenar el nuevo partido. De condenarlo tendría que condenarlos a todos y en el orden práctico, como en el orden ideal, debe reinar la justicia y la equidad y en todo tiempo la caridad que es comprensión de aspiraciones y motivos.
Eso creía que debía hacer y lo hice. No le estoy diciendo a los católicos que ingresen en este o en aquel partido, que no ingresen en esta o aquella agrupación política. Todos esos partidos están en la línea de mínima en que ahora está el Partido "Vanguardia Popular". Aún más. A los católicos dije que formaran agrupaciones obreras católicas. Y lo dije para los católicos que militan en todos los partidos. Se me dice que eso no será posible. Sí, no será posible que esas agrupaciones católicas degeneren en partidos políticos. Eso sí es verdad. Pero sí podrán existir y existirán como agrupaciones. Y en todo caso existirán no para combatir las agrupaciones obreras que no sean anticatólicas, sino para colaborar con ellas y con todos los hombres de buena voluntad para el bien general de la comunidad costarricense.
Como vemos, había un malentendido fundamental con respecto a la palabra "comunista" y todavía lo hay. Me refiero, desde luego, a Costa Rica. Muchos círculos de personas, para mí muy respetables, temían al comunismo no por lo que éste hiciera o dejara hacer, dijera o dejara de decir, contra la Religión y la Iglesia, sino por lo que hiciera o dejara que pudiera significar un peligro para sus intereses, quizá no siempre legítimos. Esa era para ellos, la esencia del comunismo. Y hasta habrán pensado que León XIII y Pío XI fueron comunistas, que el Arzobispo de San José es comunista, que el Presidente de Costa Rica es comunista. De modo que si el comunismo no dijera ni hiciera aquello que hemos dicho, en contra de los intereses de aquellos círculos de personas, sino que solamente atacara la Religión y la Iglesia, ese comunismo sería para ellos cosa bien inocua, como inocuo les ha parecido el liberalismo que en el orden religioso ha sostenido y sostiene tesis que en substancia allá se van con las del comunismo propiamente tal, en cuanto dice relación con la Iglesia y con la Religión.
Como se comprende, tal no es el punto de vista de la Iglesia. Nuestra misión es predicar y promover la justicia, no tal como la imagina o pueden imaginaria las ambiciones y concupiscencias de los hombres, sino como es ella en verdad. A los obreros les decimos: sean justos. A los patronos les decimos: sean justos. La justicia no es patrimonio de una sola parte, tiene que ser patrimonio común.
Examinemos ahora qué beneficios ha alcanzado el país y en particular la Iglesia, con la nueva situación creada por la disolución del Partido Comunista y por la creación del nuevo partido, y con el programa que es la base de sus actividades. En primer término se han logrado cuando menos los mismos beneficios que el país y la Iglesia alcanzan con los demás partidos.
Hay ahora quienes, por motivos que no tengo derecho a examinar, están tristes porque se ha disuelto el Partido Comunista. Así andamos de lógica. Yo no estoy triste por ello y los mismos que integraron el antiguo partido tampoco lo están, no obstante que algunos de ellos tuvieron que sacrificar lo que yo llamaría el romanticismo de un nombre.
Habrá quienes hubieran deseado que el Arzobispo no contestara la interpelación pública que se le hizo. ¿Qué se habría alcanzado con ello? Por lo menos el ridículo para el Jefe de la Iglesia, que medrosamente callara cuando se le interrogaba públicamente. Y además de eso el estigma de la irresponsabilidad que eso y no otra cosa habría significado el hecho de que la Iglesia, que había venido orientando a los fieles contra el comunismo y combatiendo tenazmente las ideas programas que estaban en la entraña del nombre desaparecido, desorientado positivamente la conciencia católica con aquel silencio. No entiendo así, el cumplir con las responsabilidades de mi cargo. Esa habría sido una posición indigna.
Otros hubieran querido que el Arzobispo le cerrara la puerta de su casa a un hombre, a quien nadie le niega inteligencia, que venía a cambiar impresiones con él sobre puntos de vista trascendentales. Eso no lo hace el Arzobispo. Su casa es la casa de todos. ¿Y por qué he de usar mezquindad, y no he de decir el concepto que me formé del hombre? Lo diré con palabras de Cicerón, quien en carta a Lentulo juzgaba asía Pompeyo: "Quem ego iprum quum audio, eum prorsus libero omni supicione cupiditatis". A mis puertas nunca ha tocado el liberalismo como tal, en busca de conciliaciones positivas. Y sin embargo lo hizo aquel hombre.
Otra ventaja ha sacado la Iglesia. Y ventaja enorme. Por la oposición de principios que existía en la situación anterior, el ambiente era propicio para que incubaran en el partido disuelto los sectarismo s de que nos hablaba el señor Mora en su discurso, y de los que dijo que los desarraigaría en los suyos. La gente que estaba con el antiguo partido, por una u otra razón, se envenenaba contra la Iglesia. Y la base de la Iglesia es el pueblo. Ha sido enviada a los pobres, vive de los pobres. En adelante no habrá dos enemigos que disputan frente a frente, sino dos personas que discuten en ambiente de armonía lo que en realidad convenga al verdadero y legítimo interés económico y social de la nación. Eso se ha alcanzado.
Otro punto hay, que al parecer es el que más interesa en algunos sectores. El punto político. Se dice: "El Arzobispo interviene en política; que se quede en su Iglesia". Bueno es el consejo y está aceptado aún antes de que se le dé. El Arzobispo no se ha pronunciado ni tiene que pronunciarse sobre las derivaciones políticas del nuevo partido. Le preguntaron por la doctrina y contestó sobre la doctrina. Si eso es intervenir en política es inútil que diga que intervendré en esa forma cuantas veces sean necesarias. Aquella teoría tan acariciada por determinado sistema, de que la Iglesia y el sacerdote se mantengan recluidos en la sacristía, no se puede sostener hoy día. Es una doctrina totalitaria como la que más, que no admite, cuando la Iglesia y de la Religión se trata, otras ideas que las suyas propias. Por eso también soy enemigo del totalitarismo.
Bien dijo el señor Mora. El Arzobispo no lo ha engañado. El no ha engañado al Arzobispo. Me explico caritativamente los temores que algunas personas pudieran abrigar con respecto a la sinceridad de propósitos de los militantes del nuevo partido. Todavía quedaba el olor en el vestido. Desapareció ya ese olor. Del futuro sólo Dios puede responder. Respondo del presente. En el presente obré como lo hice, con la conciencia tranquila. En el futuro obraré como lo tenga que hacer, con la conciencia tranquila. Al comunismo como tal, es decir, a las ideas que ese nombre encarna, en cuanto estén condenadas por la Iglesia, tendré que combatirlas siempre. Con mucha lógica el año pasado, cuando dos de los señores candidatos hicieron declaraciones anticomunistas, los felicité por ello. Estaban dentro de la posición de la Iglesia.
¿Queríamos todos, sinceramente, que desapareciera el comunismo en Costa Rica? Pues ha desaparecido sin luchas ni violencias, en una forma netamente costarricense. Para decirlo con palabras célebres del Primer Ministro inglés, Churchill, el antiguo partido, al incorporarse netamente a la vida nacional, ha recobrado su propia alma, aquélla que el nombre le impedía recobrar.
Pero, ¿no hubiera sido mejor que el nuevo partido adoptara de una vez positivamente todos y cada uno de los postulados católicos sociales? Sin duda que sí. Lo mismo diría de todos los partidos de Costa Rica. Eso sería lo mejor. Pero no lo han hecho.
Cada persona en los partidos costarricenses mantiene sus posiciones individuales ideológicas. En ellos hay católicos y no católicos, agnósticos y ebionitas, clerófobos y clorofilos. Lo esencial en el caso es que esos partidos no desmejoren positivamente, cuando menos, los principios sobre que descansa la conciencia católica.
Al comunismo como tal lo he combatido con denuedo, y tendré que combatir sus principio y doctrinas, dondequiera que se encuentren, ya en un partido popular, ya sea en cualquier otro que no lleve ese nombre. Pero a la agrupación "Vanguardia Popular", mientras ella sea lo que dicen los programas y los dirigentes que es, y lo que dirán los hechos que será, no podré combatirla, porque mi misión no es ni impulsar ni combatir partidos políticos como tales partidos políticos.
Hoy en una caricatura se me condecora con la insignia tradicional comunista, la hoz y el martillo, y al señor Mora se le pone lo que vulgarmente se llama la camándula. Pues, bien, ni yo me avergüenzo de lo que he hecho ni tengo que avergonzarme; ni el señor Mora se ha avergonzado ni tiene que avergonzarse por el paso que ha dado. La caricatura muchas veces es el fallo de la estulticia. Y con caricaturas nunca se ha escrito la historia.
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